EL AVIVAMIENTO DE KENTUCKY

 James McGready

     

Para mediados del siglo XVIII, los que querían un espacio mayor en las cada vez más populosas colonias comenzaron a salir de Virginia para formar los primeros asentamientos al oeste de las montañas Allegheny. En 1792, ese territorio se convirtió en Kentucky, las personas de Kentucky eran gente difícil; la mayoría, fugitivos de la ley, familias de colonos o exploradores, de los cuales Daniel Boone era el más famoso. Sin embargo, dondequiera que hubiera un asentamiento, había un llamado para los ministros. En muchos casos, varias comunidades compartían un pastor, ya que las primeras poblaciones eran muy pequeñas. Así fue como James McGready, ministro presbiteriano, se hizo cargo de las congregaciones en los ríos Gasper, Red y Muddy, y se comprometió con esas congregaciones a orar todos los sábados a la noche, y a orar y ayunar desde el amanecer hasta la puesta del sol el tercer sábado de cada mes. El punto principal de esos tiempos de oración era pedirle a Dios que llevara avivamiento.

 

James McGready no hablaba con la misma carga emocional y dramática de George Whitefield, ni con el tranquilo poder de John Wesley, pero durante los veranos de 1800 y 1801 su ministerio dejó una marca imborrable en la historia del avivamiento. De estatura alta y casi desgarbado, James leía de sermones escritos cuidadosamente, así como lo había hecho Jonathan Edwards, aunque carecía del potencial intelectual de este. Exhortaba con la autoridad de un profeta del Antiguo Testamento -con una voz como de trueno-, y con el argumento cuidadoso y lógico del apóstol Pablo. Un colega dijo de él:

 

“El estilo de sus sermones no era pulido, sino perspicaz y agudo, y su manera de dirigirse era excepcionalmente solemne e impactante. Como predicador, era muy estimado por los humildes seguidores del Cordero, que disfrutaban de las preciosas verdades que claramente exponía ante sus ojos, pero era odiado y, algunas veces, acusado y perseguido no solo por los viciosos y profanos, sino por muchos cristianos nominales o que profesaban formalmente, que no podían soportar sus prédicas agudas y la indignación del Todopoderoso contra los impíos a los que -como hijo del trueno- presentaba claramente.”

 

En 1798, la Asamblea General Presbiteriana decretó un día de ayuno, humillación y oración para pedir por la redención de la frontera de la “oscuridad de Egipto”. James continuó orando con ellos. En mayo de 1797, James presenció la primera visitación del Espíritu Santo mientras predicaba. Una mujer que había sido fiel integrante de la iglesia “sintió gran convicción” y buscó de nuevo la salvación y “en pocos días estaba llena de alegría y paz por creer”. En una carta a un amigo del 23 de octubre de 1801, describió lo que sucedió a continuación:

 

De inmediato, visitó a sus amigos y familiares de casa en casa y les advirtió del riesgo de la manera más solemne y fiel, y los instó a arrepentirse y a buscar la religión. Esto fue acompañado con la bendición divina para el avivamiento de muchos. Por esa época, los oídos de todas las personas de la congregación parecían estar abiertos a recibir La Palabra predicada, y casi todo sermón estaba acompañado con el poder de Dios, para el despertar de los pecadores. Durante ese verano, cerca de diez personas de la congregación fueron llevadas a Cristo.

 

Al estar siempre en busca de oportunidades para impulsar la renovación en los corazones de su congregación, James adaptó una fórmula que había despertado avivamientos en Ulster (Irlanda del Norte) y Escocia. El mayor de estos sucedió en Cambuslang en 1742, donde George Whitefield habló con varios ministros. James convocó a un servicio de comunión anual de varios días que permitió a toda la gente de la zona reunirse, escuchar la Palabra predicada y luego, el último día, tomar la comunión todos juntos. Las familias de los alrededores llegaban para permanecer con otras familias del pueblo; las reuniones duraban todo un fin de semana, luego seguía un servicio el lunes por la mañana y la Cena del Señor se celebraba cerca del mediodía.

 

James relató:  “El lunes, el Señor derramó su Espíritu misericordiosamente: tuvo lugar un avivamiento muy generalizado; probablemente solo algunas pocas familias de la congregación no hayan sentido más o menos en profundidad su estado de perdición. Durante la semana siguiente, casi nadie se dedicó a atender su negocio material; la atención al negocio de su alma era muy grande.

 

El primer día de descanso de septiembre se dio la comunión en Muddy River (una de mis congregaciones). En esa reunión, el Señor derramó su espíritu misericordiosamente para el avivamiento de muchos pecadores despreocupados. A través de estas dos congregaciones ya mencionadas, y a través de Red River, mi otra congregación, la obra del avivamiento continuó con poder en cada sermón. Las personas parecían escuchar como para la eternidad. En cada casa y casi en todo ámbito, la conversación de la gente giraba en torno al estado de su alma.

 

James utilizó la fórmula que Whitefield empleó en Cambuslang y les dio la bienvenida a otros ministros, entre ellos a los presbiterianos John Rankin, William Hodge, William McGee y John, el hermano metodista de McGee. James describió lo que sucedió en la misma carta a un amigo:

 

El lunes, el poder de Dios parecía llenar la congregación; los pecadores más descarados y osados del país se cubrieron el rostro y lloraron con amargura. Luego de dada por terminada la reunión, un gran número de personas se quedó en la puerta, sin deseos de irse. Algunos ministros me propusieron congregar a la gente en el centro de reuniones una vez más y orar con ellos. Entonces, entramos y nos unimos en oración y exhortación. El gran poder de Dios cayó sobre nosotros como una lluvia de las colinas eternas; el Pueblo de Dios fue reavivado y consolado; sí, algunos de ellos estaban llenos de gozo indecible y de gloria. Los pecadores se sintieron sumamente alarmados y algunas almas preciosas tuvieron la convicción del perdonador amor de Jesús.

 

Al verano siguiente, James convocó a la comunión de Red River a inicios del verano, unas cinco mil personas asistieron a la reunión. Invitó al mismo grupo de ministros que había invitado el año anterior, pero esta vez sus expectativas se vieron excedidas cuando el Espíritu Santo se presentó con gran poder. La erupción en Red River fue realmente inesperada en sus comienzos. Los tres primeros días habían pasado con pocos acontecimientos notables. Los servicios habían sido respetuosos y ordenados. Sin embargo, durante el servicio del lunes por la mañana, John McGee se levantó para hablar y se acercó al púlpito cantando: “Ven, Espíritu Santo, paloma celestial, con todos tus poderes de avivamiento; enciende una llama de amor sagrado en nuestros fríos corazones”. Al sonido de este himno, al menos una mujer gritó, probablemente al tener también un repentino entendimiento de la gracia salvadora.  Algunos cayeron al piso; otros clamaban pidiendo misericordia; algunos oraban y otros comenzaron a alabar a Dios a todo pulmón. William McGee, que estaba sentado cerca, se levantó para dirigirse hacia el púlpito, pero cayó al suelo, aparentemente bajo el poder del Espíritu Santo. Cuando John McGee giró hacia él, sintió que el poder de Dios también caía sobre él y casi cae al lado de su hermano. Más tarde recordó: “Me di vuelta y estaba a punto de caer; el poder de Dios era muy fuerte sobre mí. Me di vuelta de nuevo y, sin temor del hombre, caminé por toda la casa gritando y exhortando con todo gozo y energía, y rápidamente el suelo se cubrió de gente que caía”.

 

En su Narrative of the Commencement and Progress of the Revival of 1800 [‘Relato del inicio y el desarrollo del avivamiento de 1800’], James describió cómo el avivamiento de Kentucky realmente se afianzó en Gasper, atrayendo a gente desde lugares lejanos:

 

En julio, se dio la comunión a la congregación de Gasper River. Multitudes de todas partes del país concurrieron para ver una obra extraña. Familias enteras salieron en sus carros desde sesenta, setenta y hasta ochenta kilómetros de distancia. Entre unos veinte y treinta carros fueron traídos al lugar, llenos de gente y provisiones, a fin de acampar en la casa de reunión. El viernes, durante el día, solo hubo solemnidad. Las cosas siguieron igual el sábado hasta la noche. Dos mujeres piadosas estaban sentadas juntas conversando sobre sus experiencias, y esa conversación aparentemente influyó en los que estaban alrededor, ya que de repente la llama divina se derramó sobre toda la multitud. Al poco tiempo, se podía ver a los pecadores indefensos, en cada lugar del salón, orar y clamar pidiendo misericordia. Los ministros y los hermanos se mantuvieron ocupados durante la noche conversando con los afligidos. Esa noche, un buen número de almas renovadas recibieron liberación a través de hermosas visiones de la gloria, la plenitud y la suficiencia de Cristo, para salvar hasta lo sumo.

 

La mayoría de los historiadores consideran que la reunión de Gasper River fue la primera realizada al aire libre, pero el término “reunión al aire libre” se acuñó uno o dos años después. La expresión surgió debido a que los servicios de comunión comenzaron a atraer a multitudes mayores que las que las familias locales podían acomodar en sus hogares, y pronto las multitudes superaron incluso la capacidad de las salas de reunión. La convicción del Espíritu operó sin límites a medida que los creyentes, los universalistas, los deístas (que por aquel tiempo hacían estragos en las iglesias) e incluso los ateos caían postrados. El fuego del avivamiento se extendió desde el condado de Logan hasta Kentucky y Tennessee. Un mover del Espíritu Santo continuó en la frontera y se realizaron servicios de comunión casi todos los fines de semana durante el resto del verano.

 

Cuando Barton Stone escuchó que Dios se estaba moviendo en las comuniones de James, decidió asistir en la primavera de 1801. La escena que lo recibió fue revolucionaria. En ese entonces, eran tantas personas las que se congregaban que no podían tener un servicio con todos los presentes juntos a la vez, por lo que varias áreas del ministerio se llevaban a cabo al mismo tiempo en lugares separados. En su autobiografía, Stone describió lo que él experimentó:

 

Allí, en una pradera del condado de Logan, Kentucky, las multitudes se juntaron y permanecieron reunidas durante varios días y noches en el campo, mientras la alabanza se desarrollaba en alguna otra parte del campamento. La escena era nueva y extraña para mí. Es imposible describirlo. Muchos, muchísimos caían como si hubiesen resultado muertos en el campo de batalla y permanecían quietos durante horas en un estado en que parecían que no tenían aliento. A veces, revivían por unos momentos y daban señales de vida a través de un profundo gemido, un grito penetrante o una oración ferviente en la que pedían misericordia.

 

Después de permanecer así durante horas, obtenían liberación. La nube sombría que les había cubierto el rostro desapareció de manera gradual y visible, y la esperanza en la sonrisa se convirtió en gozo. Se levantaron gritando que estaban liberados, para luego dirigirse a la multitud que los rodeaba con un lenguaje en verdad elocuente e impresionante. Con asombro, oí a hombres, mujeres y niños declarar las maravillosas obras de Dios y los gloriosos misterios del Evangelio. Sus ruegos eran solemnes, audaces, libres y penetraban el corazón. Debido a lo que decían, muchos otros caían en el mismo estado del que acababan de salir los que hablaban.

 

Dos o tres conocidos míos cayeron. Con paciencia, me senté cerca de uno de ellos, de quien yo sabía que era un pecador negligente, y durante horas observé con mucha atención todo lo que pasó desde el principio hasta el final. Noté los momentáneos reavivamientos como si volviera de la muerte, la confesión con humildad de los pecados, la oración ferviente y, por último, la liberación. Después, el agradecimiento solemne y la alabanza a Dios, la exhortación afectuosa a los compañeros y a las personas que las rodeaban para que se arrepintieran y se acercaran a Jesús. Yo estaba asombrado por el conocimiento de la verdad del Evangelio que se manifestaba en ese lugar. El resultado fue que varias personas cayeron en la misma apariencia de muerte. Después de presenciar muchos casos como esos, mi total convicción fue de que era un buen trabajo, la obra de Dios. Y no he pensado nada distinto desde entonces. Mucho vi en ese momento y mucho he visto desde entonces de lo que yo consideraba fanatismo, pero esto no debe condenar la obra. El diablo siempre ha tratado de imitar las obras de Dios y de desacreditarlas. Pero esto no puede ser una obra satánica, pues lleva a los hombres a confesar con humildad y abandonar el pecado, a la oración solemne y a la ferviente alabanza y acción de gracias, y a las exhortaciones sinceras y afectuosas para que los pecadores se arrepientan y vayan a Jesús, el Salvador.

 

Los efectos de esta reunión a lo largo del país fueron como el fuego en el rastrojo seco, impulsado por un fuerte viento. Todos sintieron más o menos su influencia. Poco después, tuvimos una prolongada reunión en Concord. Todo el país pareció trasladarse hacia ese lugar y multitudes de todas las denominaciones asistieron. Todo parecía sinceramente unirse en el trabajo y el amor cristianos. El espíritu de división, avergonzado, desapareció. No se puede dar una verdadera descripción de este encuentro porque sería llegar al límite de lo maravilloso. Continuó sin cesar por cinco días y noches. Muchos, muchísimos irán a la eternidad recordándola con acción de gracias y alabanza”.

 

Después de estos acontecimientos, Stone programó una comunión en Cane Ridge para el primer fin de semana de agosto. El viernes 6 de agosto, las familias comenzaron a llegar en carretas. En poco tiempo, los centenares se convirtieron en millares, y las casas de las familias locales que brindaban alojamiento -incluso los más ricos, que podían albergar a tres o cuatro familias- se vieron desbordadas.

 

Los caminos estaban literalmente atestados de carretas, carruajes, jinetes y hombres de a pie, que avanzaban hacia el solemne campamento. La visión era conmovedora. Algunos militares que se encontraban presentes consideraron que había entre veinte y treinta mil personas reunidas. Era frecuente que cuatro o cinco predicadores hablaran a la vez en diferentes partes del campamento, sin que se produjera ninguna confusión. Los predicadores metodistas y bautistas ayudaron en la obra, y todos parecían estar unidos con cordialidad: una sola mente y una sola alma. La salvación de los pecadores parecía ser el gran objetivo de todos. Nos dedicamos a cantar las mismas canciones de alabanza, todos unidos en oración, todos predicando sobre lo mismo: la salvación gratuita a través de la fe y el arrepentimiento. Las cifras de convertidos solo se conocerán en la eternidad. Muchas cosas que ocurrieron allí se parecían en mucho a los milagros y, si no lo eran, tuvieron los mismos efectos que tienen los milagros sobre los infieles y los no creyentes, pues muchos de ellos tuvieron la convicción de que Jesús era el Cristo, y se postraron en sumisión a él. Esta reunión continuó durante seis o siete días enteros, y habría continuado más tiempo, pero no hubo provisiones para tal multitud.

 

Se comentó que durante el fin de semana hubo momentos en que hasta siete predicadores se habían dirigido a grandes multitudes al mismo tiempo. La asistencia aumentó a decenas de miles de personas en las horas siguientes, y cuando llegó al máximo, se contaron mil ciento cuarenta y tres carretas y vehículos similares instalados en la zona. Estas eran cifras extraordinarias, si se tiene en cuenta que la población de Lexington era de mil setecientas noventa y cinco personas en ese momento, y que Kentucky tenía menos de doscientos cincuenta mil habitantes.

 

El reverendo Stone registró cuidadosamente cada manifestación durante el fin de semana y el relato a continuación es en gran medida una parte de un capítulo de su autobiografía:

 

Desplomarse era común a todos, los santos y los pecadores de toda edad y tipo, desde el filósofo hasta el payaso. En términos generales, la persona se desplomaba con un gritó desgarrador, era como un tronco cayendo al suelo, tierra o barro, y parecer muerto. De los miles de casos similares, solo relataré uno. Dos jóvenes hermanas estaban de pie y participaban de la reunión y la prédica. En un momento, ambas cayeron con un grito de angustia y permanecieron acostadas durante más de una hora en un estado en que parecía que estaban sin vida. Su madre, bautista piadosa, se sentía angustiada porque temía que no se reanimaran. Al fin, comenzaron a mostrar signos de vida a través del llanto fervoroso y el clamor de misericordia. Luego, volvieron a caer en el mismo estado, similar al de la muerte, y sus semblantes tenían una apariencia de terrible tristeza. Después de un rato, la melancolía en el rostro de una de ellas cambió por una sonrisa celestial y exclamó: “¡Precioso Jesús!”, y se levantó y habló del amor de Dios, de la preciosidad de Jesús y de la gloria del Evangelio a la multitud que las rodeaba en un lenguaje casi sobrehumano, y exhortaba a todos al arrepentimiento. Un ratito después, la otra hermana tuvo una experiencia similar. Desde ese momento, se convirtieron en miembros notablemente piadosos de la iglesia.

 

He visto muchas personas piadosas desplomarse de la misma manera, por el sentimiento del peligro en el que están sus hijos, hermanos o hermanas no convertidos, por el sentimiento del peligro de sus vecinos y del mundo pecador. Los he oído llorar y clamar con mucha angustia pidiendo misericordia para los pecadores y hablar como los ángeles a todos los que estaban a su alrededor. Las sacudidas no se pueden describir con facilidad. Algunas veces, la persona veía afectado solo alguno de los miembros del cuerpo y, otras veces, todo. Cuando solo la cabeza se veía afectada, se sacudía hacia atrás y hacia adelante, o de lado a lado, con tanta rapidez que no se podían distinguir los rasgos de la cara. Lo que vi fue que, cuando afectaba todo el cuerpo, la persona permanecía de pie en un lugar y se sacudía hacia atrás y hacia adelante con mucha rapidez y la cabeza casi tocaba el suelo, tanto al sacudirse para adelante como al hacerlo hacia atrás. Todos, santos y pecadores, los fuertes y los débiles, se vieron afectados.

 

Les pregunté a los que habían resultado afectados. No pudieron dar ninguna explicación, pero algunos me dijeron que esas eran las temporadas más felices de su vida. He visto a algunas personas malvadas afectadas así, que maldecían las sacudidas y, al mismo tiempo, eran arrojadas al piso con violencia. Aunque era horrible de presenciar, no recuerdo que ninguno de los miles que he visto haya sufrido alguna lesión en el cuerpo, lo que resulta tan extraño como lo ocurrido. La práctica de ladrar (como los opositores la denominaban despectivamente) no era otra cosa que las sacudidas. Una persona afectada por las sacudidas, en especial en la cabeza, a menudo hacía un gruñido o “ladrido”, por así decirlo, por lo repentino de la sacudida. Parece que el origen de decirle “ladrido” es a causa de un viejo predicador presbiteriano de East Tennessee. Había ido al bosque para orar en privado y le sobrevinieron sacudidas. Estaba de pie cerca de un árbol y se asió a él para evitar la caída. La cabeza se le sacudió hacia atrás y emitió un gruñido o un sonido similar a un ladrido mientras tenía la cabeza hacia arriba. Alguien lo descubrió en esa posición e informó que lo había encontrado ladrando junto a un árbol.

 

La práctica de correr no era otra cosa que personas atemorizadas que trataban de salir corriendo cuando sentían esas agitaciones corporales a fin de escapar de ellas. Por lo general, no llegaban muy lejos antes de caer, o se agitaban de tal manera que no podían llegar a gran distancia. Conocí a un joven médico de una familia célebre que se acercó a cierta distancia a una reunión grande para presenciar las cosas extrañas de las que había oído hablar. Él y una joven habían acordado vigilarse y cuidarse el uno al otro, por si alguno de ellos caía al suelo. Por fin, el médico sintió algo muy poco común y salió de la congregación en dirección al bosque como si estuviera corriendo por su vida, pero no había llegado muy lejos cuando cayó al suelo, y permaneció así hasta que se sometió al Señor, y luego se convirtió en un celoso miembro de la iglesia. Ejemplos como esos eran comunes.

 

Debo terminar este capítulo con las prácticas del canto. Esto es más difícil de describir que todo lo demás que vi. La persona, en estado de felicidad, cantará melodiosamente sonidos que no provienen de los labios ni de la nariz, sino del pecho. Tal música silenciaba todo lo demás y atraía la atención de todos. Era celestial. Nadie podría cansarse jamás de escucharla.

 

He ofrecido un breve relato de las maravillosas cosas que han sucedido en el comienzo de este siglo. Que en todo esto hubo muchas excentricidades y mucho fanatismo lo reconocen incluso los defensores más fervientes. De hecho, hubiese sido de extrañarse si tales cosas no hubiesen sucedido dadas las circunstancias de la época. [Barton Stone, Short History ofthe Life of Barton W Stone [‘Breve relato de la vida de Barton W Stone’], 1847,

 

En Cane Ridge, el servicio de Comunión (Santa Cena) se había planificado para el domingo en lugar de para el lunes, y resultó como se había planeado. Las mesas se pusieron en la sala de reuniones en forma de cruz y podían servir a cien personas a la vez. Las estimaciones de quienes habían participado oscilan entre ochocientas y mil cien personas, solo si se cuenta a los que se reconocieron como convertidos; en otras palabras, básicamente, presbiterianos y metodistas. Las personas de estos dos grupos habían sido los principales organizadores del evento. Debido a que solo los presbiterianos presidían la comunión, los metodistas comenzaron a organizar reuniones afuera y pronto reunieron grandes multitudes. También en las proximidades se organizó un servicio separado para afronorteamericanos. Los asistentes eran, sobre todo, miembros de la Iglesia africana bautista.

 

El reverendo Mases Hoge trató de describir la escena en una carta a un amigo:

 

En el momento de la prédica, si se presta atención, hay poca confusión, y cuando termina y comienzan el canto, las oraciones y las exhortaciones, la audiencia cae en lo que yo llamo un verdadero desorden. Caían al suelo, lloraban, temblaban y con mucha frecuencia sufrían espasmos convulsivos. Entre ellos, los piadosos están muy ocupados en cantar, orar, conversar, caer en éxtasis, desplomarse con gozo, exhortar a pecadores, luchar contra los opositores y demás. Algunos yacen más tiempo que otros. Otros obtienen consuelo cuando se desploman la primera vez y otros, no. Cuando uno sale (tal como lo expresaban), esto es, obtiene alivio, elevan un clamor de gloria a Dios por una nueva alma que ha nacido. Y a eso le sigue la dedicación santa. Se pasan noches enteras de esta manera y aquella parte del día que no se emplea en el servicio divino. Pues permanecen en el terreno todos los días en los que se lleva adelante la actividad. Nada que la imaginación describa puede lograr una impresión más fuerte en la mente que una de aquellas escenas. Los pecadores caen a un lado y al otro, y gritan, claman, piden misericordia; los creyentes oran y caen angustiados por los pecadores o en éxtasis de gozo. Algunos cantan; otros gritan y aplauden, se abrazan e incluso se besan, riendo. Otros hablan a los angustiados, entre ellos o a los que se oponen a la obra. Y todo eso sucede al mismo tiempo. Ningún otro espectáculo puede provocar una sensación más fuerte. Y con lo que sucede, la oscuridad de la noche, la solemnidad del lugar y de los acontecimientos, y la culpa consciente, todo conspira para que el terror estremezca toda facultad del alma y se le preste especial atención. En cuanto al trabajo en general, no hay duda de que es obra de Dios.

 

Peter Cartwright se encontraba entre quienes se convirtieron en el servicio de comunión aquel verano. Dijo sobre Cane Ridge:

 

En un memorable lugar llamado Cane Ridge, algunos ministros presbiterianos organizaron una reunión sagrada en la cual, aparentemente de forma inesperada para los ministros y las personas, hubo una manifestación del gran poder de Dios de forma muy extraordinaria. Muchas personas se conmovieron hasta las lágrimas y clamaban a viva voz pidiendo misericordia. La reunión se prolongó durante semanas. Los ministros de casi todas las denominaciones viajaron desde cualquier distancia. La reunión se desarrolló tanto de día como de noche.

 

Miles de personas se enteraron de esta obra poderosa y viajaron hasta allí a pie, a caballo, en carretas y en carros. Se cree que hubo momentos en los que la asistencia durante la reunión osciló entre los doce mil y las veinticinco mil personas. Cientos de ellas cayeron postradas bajo el gran poder de Dios, como hombres muertos en la batalla. Se construyeron púlpitos en los bosques desde los cuales los predicadores de diferentes iglesias proclamaban el arrepentimiento hacia Dios y la fe en nuestro Señor Jesucristo. Y se cree, según los testigos, que entre mil y dos mil almas se convirtieron a Dios durante la reunión. No era poco frecuente que uno, dos, tres, cuatro e incluso siete predicadores les hablaran a miles de personas al mismo tiempo desde distintos púlpitos levantados con ese propósito. El fuego celestial se propagó en casi todas las direcciones. Los testigos afirman que, en ciertas ocasiones, más de mil personas comenzaron de repente a gritar a toda voz y que los gritos se podían oír a varios kilómetros a la redonda. A partir de esta reunión al aire libre, pues así se las llamó, se extendieron noticias a través de todas las iglesias y en todo lugar, y ello provocó gran asombro y sorpresa, pero encendió una llama religiosa que se extendió por todo Kentucky y a muchos otros estados.

 

[Peter Cartwright, Autobiowaphy of Peter Cartwright, The Backwoods Preacher. (‘Autobiografía de Peter Cartwright, el predicador de zonas remotas’), ed. W. P. Strickland, Cincinnati, Cranston and Curts, 1856, págs. 30-31.]

 

Cane Ridge fue el punto más alto del avivamiento en Kentucky, pero lejos estaba de ser el único. El año 1801 fue de ebullición desde el punto de vista religioso. Las manifestaciones del Espíritu Santo continuaron durante el resto de la temporada de comunión de 1801, a lo que más adelante, ese año, se le sumó hablar en otras lenguas, según describe un testigo:

 

Caían y yacían durante horas en la paja preparada para los “heridos del Señor”, o de repente corrían y caían como si hubiesen recibido un disparo de un francotirador. A veces, también sufrían sacudidas en cada músculo de su cuerpo hasta que parecía que iban a despedazarse o a convertirse en mármol, o gritaban y hablaban en lenguas desconocidas.  [E. Merton Coulter, College Life in the Old South (‘La vida universitaria en el viejo sur’), Nueva York, The Macmillan Company, 1928, págs. 194-195]

 

Desde Kentucky, el avivamiento se extendió por todo el sur y por el este, del otro lado de las montañas. Aunque era un poderoso mover de Dios, terminó más rápido de lo que empezó. Parecía que la mayoría de los ministros no tenían idea de cómo reaccionar ante las manifestaciones del Espíritu Santo, que, literalmente, quedó a cargo de las reuniones. Mientras que algunos grupos, como los metodistas, dieron la bienvenida al formato de las reuniones al aire libre y al “caos” del Espíritu de Dios que caía sobre santos y pecadores por igual, otras denominaciones abrazaron las reuniones al aire libre solo como una forma de reunir a la gente cada año.

 

Cualquier persona que intentó hacer encajar las obras de Dios vividas durante el verano de 1801 en una especie de caja doctrinal hecha por el hombre no vería más tales manifestaciones. Otros grupos dejarían sus denominaciones para formar otras nuevas con el fin de continuar en la búsqueda de esos “ejercicios del Espíritu” Debido a los hechos ocurridos en Cane Ridge, las congregaciones de Cumberland Valley rompieron con la línea principal del presbiterianismo para convertirse en la Iglesia Presbiteriana de Cumberland, y Barton Stone se uniría a Alexander Campbell para abrazar un cristianismo de solo La Biblia. Ellos formaron un nuevo grupo, al que llamaron Discípulos de Cristo o las Iglesias de Cristo. James McGready, sin embargo, era una figura notable que se negó a abandonar a los otros presbiterianos.

 

Peter Cartwright

describió los resultados en su autobiografía

 

Como los ministros presbiterianos, metodistas y bautistas se unieron en la obra bendita en esta reunión, llevaron la noticia de esta gran obra cuando regresaron a sus diferentes congregaciones, y el renacimiento se extendió rápidamente por todo el país, pero muchos ministros y miembros del sínodo de Kentucky pensaron que todo eso era un desorden y trataron de detener la obra. Ellos llamaron a los predicadores que estaban comprometidos con el avivamiento y los censuraron y silenciaron. Esos ministros luego se levantaron y unidos renunciaron a la jurisdicción de la iglesia presbiteriana; organizaron una iglesia propia y la denominaron cristiana. Este es el origen de lo que se conoció como las Nuevas Luces. Esta iglesia cristiana o Iglesia Nueva Luz es un pueblo débil y disperso, aunque hay algunos buenos cristianos entre ellos. Supongo que desde el día de Pentecostés no hubo un mayor avivamiento religioso que el de Cane Ridge, y si hubiera habido ministros cristianos firmes en la doctrina del Evangelio y en la disciplina de la Iglesia, miles de personas que vagaban por los laberintos de la divinidad especulativa se podrían haber ganado para la Iglesia, pues finalmente naufragaron en la fe, retrocedieron, se volvieron infieles y perdieron su religión y su alma para siempre. Pero es evidente que la obra de Dios tuvo un nuevo impulso y muchos, muchísimos, tendrán razones suficientes para bendecir a Dios eternamente por este avivamiento de la religión a lo largo y a lo ancho de nuestro Sión.

 

Paul Conklin, autor de Cane Ridge: America’s Pentecost [‘Cane Ridge: el Pentecostés de Estados Unidos’], expresó:

 

Para el otoño de 1801, los visitantes evangélicos de los condados de Kentucky se maravillaron ante lo que era casi una utopía. El Espíritu Santo había encendido y limpiado toda la zona. Prácticamente, todo el mundo había sido afectado de alguna manera por el avivamiento. Cuando George Baxter llegó de Shenandoah Valley, pensó que había respirado un aire especial y puro en Kentucky. Encontró que era el lugar más moral en que había estado, pues no había oído ninguna palabra profana; todo el mundo era amigable y benévolo; no había disputas personales, y “un temor religioso parecía invadir el país”.

 

Baxter resumió sus impresiones con estas palabras:

 

Creo que el avivamiento en Kentucky está entre lo más extraordinario que jamás haya sucedido en la Iglesia de Cristo y, en especial, adaptado a las circunstancias del país. La infidelidad triunfaba y la religión estaba a punto de desaparecer. Parecía necesario algo de naturaleza extraordinaria para atraer la atención de un pueblo atolondrado, que estaba dispuesto a pensar que el cristianismo era una fábula, y el porvenir, un sueño. Este avivamiento lo ha hecho: ha confundido a la infidelidad, ha silenciado al vicio y ha traído a un número incalculable.

 

Resumen extraído del libro Los Generales de Dios III

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