PHILIPPINA DE LUNS. 

 

 "Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante".   (Efesios 5:2)

 

En París, durante las crueles persecuciones instigadas por el rey Carlos IX de Francia,  sobre los años 1562 a 1593, se dieron testimonios de inquebrantable firmeza en la fe de Jesucristo por parte de muchos cristianos que fueron sometidos a horribles torturas, crímenes y vejaciones; sobre todo en la sangrienta noche de San Bartolomé (23 al 24 de agosto de 1572), en la que murieron alevosamente asesinados miles de cristianos (pintura de Dubois Francois que ilustra esta semblanza). Las sufrían sin quejarse y sin traicionar jamás a sus hermanos en la fe, no consiguiendo los verdugos arrancarlos de su fidelidad a la Palabra, a Jesucristo y a su Iglesia. 

 

           Un historiador católico, hablando de estos trágicos y revueltos tiempos, escribe: "En todos los puntos del reino habíanse encendido hogueras; pero el ir débiles mujeres al suplicio cantando salmos y confesando que sólo Cristo es el Salvador; el afrontar la muerte delicadas doncellas con mayor júbilo que si se encaminasen al desposorio; el regocijarse los hombres a la vista de los instrumentos del suplicio, contemplando medio carbonizados las heridas que se les había hecho con tenazas encendidas, y muriendo con la alegría en el alma y la sonrisa en los labios;  la vista, en  fin, de estos lúgubres espectáculos, despertaban penosas emociones en todas las clases sociales. Así es que cuando contemplaban en las plazas públicas los cuerpos ennegrecidos, colgados de horribles cadenas, tristes despojos de las ejecuciones, no podían contener sus lágrimas, y a una con sus ojos lloraba también  su  corazón."                                                                                                                                                              La única causa de todas estas crueldades y tormentos era la fe en la Sagrada Escritura y en el Señor Jesucristo. He aquí el extracto del interrogatorio de una joven viuda llamada, Philippina de Luns, apresada en una reunión que tenía lugar en la calle de Santiago (París). Esta mujer manifestó en todo el curso de su proceso un valor cristiano y una presencia de espíritu admirables. Preguntada si creía en la doctrina papal, respondió: "Yo sólo quiero creer lo que está escrito en el Antiguo y en el Nuevo Testamento."

 

_¿No queréis participar del sacramento de la hostia?

 

_Yo sólo quiero hacer lo que mi Señor Jesucristo me manda.

 

_¿Desde cuándo no os habéis confesado con un sacerdote?

 

_No lo sé; pero cada día confieso a Dios mis pecados, y no creo que Jesucristo haya mandado otra confesión, porque sólo Él tiene el poder de perdonar lo pecados.

 

_¿Qué pensáis de las oraciones dirigidas a la virgen y a los santos?

 

_Tratándose de oraciones, yo solamente sé lo que mi Dios me ha enseñado; es decir, que debo invocar a Dios solo, en el nombre de su Hijo Jesucristo, y a nadie más.

 

_¿Qué pensáis de las imágenes?

 

_Pienso que no les es debido ni honor ni culto.

 

_¿De quién habéis aprendido estas cosas?

 

_Las he aprendido en el Nuevo Testamento; por lo que mirar al poder que el papa se atribuye, yo no he visto acerca de él ni una palabra en el Nuevo Testamento

 

          Después de este interrogatorio fue condenada la joven Philippina a la tortura y a la hoguera. La vista de los verdugos la asustó tan poco, que dijo sonriendo dulcemente: "He dejado las vestiduras de mi viudez, y me he engalanado para ir al encuentro de mi celestial esposo." Cortáronle la lengua y le chamuscaron los pies y el rostro, y al fin fue estrangulada y quemada junto con sus dos compañeros de suplicio, Nicolás Clivet, anciano de setenta y un años, y un joven llamado Cravelle. 

 

Soportaron estos tormentos con tal firmeza, que un cronista, al contarlos, exclama: "Ha sido éste un triunfo maravilloso, porque Dios ha mostrado de una manera visible cuan poderoso es para dar a la juventud firmeza y a la ancianidad fortaleza, y para poner en una mujer débil y delicada un valor heróico, cuando le place a Él manifestar en sus hijos su gloria y su divinidad."

 

Junto a ANNE ASKEW y MARÍA DE BOHÓRQUEZ, que fue ofrecida en amor a Aquél que por amor dio su vida por ella. 

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