LOS MÁRTIRES DEL SIGLO I Y II

Una época donde ser cristiano costaba la vida, cuando el lugar de reunión era una catacumba, el único instrumento era la voz para cantar los Salmos, las Escrituras eran llevadas en la mente y el corazón, y la Fe en Cristo brillaba mucho más que el sol.

ANTIPAS

¡El Testigo Fiel!

¡El Mártir!

 

En la Biblia, en el libro de apocalipsis el Sr. Jesús al revelársele al apóstol Juan le hace mención de su fiel testigo Antipas. Leemos lo siguiente. Ap.2:13 ”…y no has negado mi fe, ni aun en los días en que mi fiel testigo Antipas fue muerto entre vosotros, donde mora Satanás”.

 

ANTIPAS es descrito como un mártir para la fe Cristiana, como un "testigo fiel" de Cristo Jesús morando y ministrando donde Satanás tuvo su trono. (Pérgamo).

 

Antipas era un contemporáneo del Apóstol Juan quien escribió el Libro De Apocalipsis mientras Antipas era martirizado, en el período del Apóstol Juan. Sin embargo de acuerdo a los historiadores y a la tradición, Antipas fue considerado como el Obispo de la iglesia Cristiana en Pérgamo y que fue martirizado por su fe por causa de su fiel testimonio y por la predicación de la palabra de Cristo con persistencia, encarando toda la maldad satánica allí presente.

 

Cuando Antipas fue advertido: le dijeron: "¡Antipas, el mundo entero está contra ti!", Antipas replica probablemente: "¡Entonces yo estoy contra el mundo entero!"

 

Antipas fue tomado preso y llevado para morir como mártir, la forma en que murió fue asado vivo pues lo metieron en el orificio de un toro de tamaño natural, el cual tenia una hoguera bajo la barriga, porque Antipas se rehusó a renunciar a su fe en Cristo Jesús. Este Hecho Es Conocido Como Cierto y Veraz:

 

 El testimonio fiel de Antipas y su martirio fueron por su inconmovible fe en Cristo Jesús, esto es lo que permitió la mención de Antipas en las páginas de las Sagradas Escrituras, y un lugar en "la Sala De los mártires por Jesucristo".

LA TERCERA PERSECUCIÓN

 

LA TERCERA PERSECUCIÓN CONTRA LOS CRISTIANOS BAJO EL EMPERADOR TRAJANO QUE COMENZÓ EL 102 D.C

 

Con el comienzo del segundo siglo, 102 d.C, surgió la tercera persecución pagana contra los cristianos bajo el Emperador Trajano.

 

Estando instigado por Mamertinus, el gobernador de Roma, y Targuinus, el encargado de la adoración de los dioses paganos, persiguió a los cristianos en una manera horrible, y les dio una muerte indigna.

 

Era llamado un buen emperador, pero era muy supersticioso en cuanto a la adoración pagana. Por esta razón fue persuadido más fácilmente a emprender este lamentable trabajo. Otra cosa que no ayudaba a los cristianos era que los sacerdotes paganos y los idólatras pagaban grandes impuestos para extirpar por medio de sufrimientos y de la muerte a los cristianos, como si éstos fueran enemigos de Dios y del hombre, porque se oponían a sus dioses.

 

Ignacio, discípulo del apóstol Juan, devorado por las fieras salvajes en el circo de Roma, 111 d. C.

 

Ignacio, un discípulo del apóstol Juan, y sucesor de Pedro y de Evodio, estuvo en el servicio de la iglesia de Cristo en Antioquía, Siria. Era hombre muy temeroso de Dios, fiel y diligente en su obra. Se le apodaba Teóforo, que quiere decir “el portador de Dios,” aparentemente debido a que con frecuencia portaba el nombre de Dios y su Salvador en la boca y porque llevaba una vida notablemente piadosa. A menudo se le oía decir: “La vida del hombre es una muerte continua, a menos que Cristo viva en nosotros.” También: “El Cristo crucificado es mi único y completo amor.” Y: “El que se permite llamar por alguien que no sea Cristo, no es de Dios.” Y también: “Como el mundo odia a los cristianos, así Dios los ama.”

 

Habiendo escuchado que el emperador Trajano después de las victorias que había obtenido frente a los dacianos, los armenios, los asirios, y otras naciones del Oriente, había dado gracias a los dioses en Antioquía, habiéndoles ofrecido gran sacrificio como si estas victorias hubieran provenido de ellos, Ignacio reprobó por ello al Emperador, y esto, abiertamente en el templo.

 

El Emperador, sumamente enfurecido debido a aquello, mandó que apresaran a Ignacio. Pero por temor a un alboroto, ya que Ignacio era estimado por la gente de Antioquía, no hizo que lo castigaran allí, sino que lo encomendó en manos de diez soldados, trayéndolo prisionero a Roma, para ser castigado allí.

 

Mientras tanto, se le hizo saber de la sentencia de muerte que le habían impuesto, diciéndole de qué manera y dónde habría de ser martirizado: iba a ser despedazado por las fieras salvajes en la ciudad de Roma.

 

En su camino a Roma escribió varias epístolas de consuelo a sus amigos, los fieles en Jesucristo, y también a las distintas iglesias de Esmirna, Éfeso, Filadelfia, Tralla, Magnesia, Tarso, Filipos, y especialmen-te a la iglesia de Cristo en Roma, a la cual envió su carta antes de su llegada.

 

Bien parece que la idea de ser despedazado por las dientes de las fieras salvajes estaba constantemente en su mente durante el viaje, pero no como asunto que le causara desaliento, sino como un deseo sincero. A esto se refiere en su carta a la iglesia de Roma, escribiendo:

 

Viajando de Siria hasta Roma, por agua y por tierra, de día y de noche, lucho con fieras salvajes, apresado entre diez leopardos, a quienes cuanto más me acerco y les muestro amistad, más crueles y malignos se vuelven. Sin embargo, a través de las crueldades y tormentos que a diario me infligen, me encuentro cada vez más ejercitado e instruido; sin embargo, no me justifico. ¡Ojalá que ya estuviera entre las fieras, las que están listas para devorarme! Bien espero que dentro de poco tiempo las encuentre tal como deseo que sean: crueles y dispuestas a destrozarme rápidamente. Pero si no se abalanzan sobre mí y me desgarran, entonces con bondad habré de incitarlas para que no me dejen salvo, como ya a varios cristianos han dejado, sino que rápido me despedacen y me devoren. Perdónenme por hablar así. Bien sé lo que necesito. Apenas ahora comienzo a ser un discípulo de Cristo, no siento apego por lo visible ni por lo invisible, de lo cual el mundo se asombra. Para mí es suficiente llegar a tomar parte con Cristo. Que el diablo y los hombres malvados me aflijan con toda forma de dolor y tormento, con fuego y con la cruz, con la lucha contra fieras salvajes, con el desparramamiento de los miembros y los huesos de mi cuerpo; todas estas cosas las tengo en poca estima, si al menos llego a disfrutar de Cristo. Sólo oren por mí, para que me sea dada fortaleza interna y externamente, no solamente para hablar o escribir estas cosas, sino también para cumplirlas y poder soportar. Deseo no solamente ser llamado cristiano, sino en verdad ser hallado como tal. 

 

Llegando a Roma, fue entregado por los soldados al gobernador junto con las cartas del Emperador que contenían la sentencia de muerte. Lo mantuvieron en prisión durante varios días, hasta cierto día festivo de los romanos, cuando el gobernador, siguiendo la orden del Emperador, mandó traerlo al anfiteatro. Primero, buscaron por medio de muchos tormentos hacerlo blasfemar el nombre de Cristo y ofrecer sacrificios a los dioses. Pero ya que Ignacio no se debilitaba en su fe, sino que cuanto más lo atormentaban más fortalecido parecía estar negando ofrecer sacrificios paganos, fue condenado en seguida por el Senado romano a ser arrojado a los leones.

 

Cuando Ignacio fue llevado de la presencia del senado, hacia el anfiteatro romano, con frecuencia iba repitiendo el nombre de Jesús en la conversación que él sostenía con los creyentes en su camino a la muerte. Además, repetía el nombre de Jesús en su oración secreta a Dios. Habiéndosele preguntado por qué repetía eso, respondió así: “Mi amado Jesús, mi Salvador, está tan profundamente grabado en mi corazón, que yo tengo la confianza de que si me abrieran el corazón y lo cortaran en pedazos, el nombre de Jesús se hallaría en cada pedazo.” De esta manera, el hombre piadoso indicó que no solamente la boca, sino también lo interno de su corazón estaban lleno del amor de Jesús, pues de la abundancia del corazón habla la boca. Así también Pablo, lleno del amor de Jesucristo, ha usado en sus cartas, como doscientas veces las palabras “nuestro Señor Jesucristo.” El nombre “Jesús” escribe como quinientas veces.

 

Cuando toda la multitud se había reunido para observar la muerte de Ignacio (pues la noticia se había difundido por toda la ciudad que un obispo había sido traído de Siria, que según la sentencia del Emperador habría de luchar contra las fieras salvajes), trajeron a Ignacio y lo pusieron en medio del anfiteatro. Entonces, Ignacio, de todo corazón, se dirigió a la multitud reunida: “A ustedes, romanos, a todos ustedes quienes han venido a ser testigos de este combate con sus propios ojos, sepan que este castigo no se me impone por mala conducta o algún crimen, pues de ninguna forma he cometido, sino para que vaya a Dos, a quien mucho recuerdo y a quien llegar a disfrutar es mi deseo insaciable. Pues, yo soy el grano de Dios. Molido soy por muelas de bestias para que sea hallado pan puro en Cristo, quien es el pan de vida para mí.” 

CRISTIANOS MUERTOS EN EL COLISEO DE ROMA


Ignacio, devorado por los leones en el año 111 d.C.

 

Estas palabras habló Ignacio cuando se hallaba de pie en medio del anfiteatro y escuchaba los rugidos de los leones, que también escucharon los hermanos de la iglesia que estaban en medio de la gente. Así testificaron ellos.

 

Terminado esas palabras, dos espantosos y hambrientos leones fueron soltados hacia él de sus fosos. Instantáneamente lo despedazaron y devoraron, sin dejar casi nada, ni de sus huesos. Y así durmió feliz en el Señor este fiel mártir de Jesucristo en el año 111 d. C. en el año duodécimo del emperador Trajano.

 

Una descripción del estilo de vida de los cristianos

 

(Los cristianos) son los que más que todas las naciones de la tierra han hallado la verdad… Los mandamientos del mismo Señor Jesucristo los tienen grabados en sus corazones y los guardan, esperando la resurrección de los muertos y la vida del siglo por venir. No adulteran, no fornican, no levantan falso testimonio, no codician los bienes ajenos, honran al padre y a la madre, aman a su prójimo y juzgan con justicia. Lo que no quieren que se les haga a ellos no lo hacen a otros. A los que los agravian, los exhortan y tratan de hacérselos amigos, ponen empeño en hacer bien a sus enemigos, son mansos y modestos... No desprecian a la viuda, no contristan al huérfano; el que tiene, le suministra abundantemente al que no tiene. Si ven a un forastero, le acogen bajo su techo y se alegran con él como con un verdadero hermano. Porque no se llaman hermanos según la carne, sino según el alma. Están dispuestos a dar sus vidas por Cristo, pues guardan con firmeza sus mandamientos, viviendo santa y justamente según se lo ordenó el Señor Dios, dándole gracias en todo momento por toda comida y bebida y por los demás bienes. Arístides (125 d.C.) 5

 

Persecuciones severas de los creyentes cerca del año 130 d.C

 

Por este tiempo, escribe P. J. Twisck, los instrumentos del diablo no pudieron inventar castigos suficientemente severos para lo que merecían los cristianos, según ellos pensaban. Pues fueron vigilados, tanto dentro como fuera de sus casas. Los hombres gritaban contra ellos en todo lugar público; eran azotados, apedreados, arrastrados y apresados; placas de hierro al rojo vivo eran aplicados a sus cuerpos desnudos; luego eran colocados dentro de un cierto instrumento diseñado para torturar a los criminales y echados a los lugares más profundos y más oscuros de las prisiones donde eran ejecutados y afligidos por medio de tormentos dolorosos.

 

Policarpo, discípulo del apóstol Juan y obispo de la iglesia de Esmirna, martirizado con la espada y el fuego, 155 d. C.

 

Leemos en el Apocalipsis que el Señor mandó a su siervo Juan que escribiera ciertas cosas al ángel de la iglesia de Esmirna, para amonestación del maestro, así también para el beneficio de la iglesia: “Escribe al ángel de la iglesia en Esmirna: El primero y el último, el que murió y ha vuelto a vivir, dice esto: Yo conozco tus obras, y tus sufrimientos, y tu pobreza… No temas en nada lo que vas a sufrir. He aquí, el diablo meterá a algunos de ustedes en la cárcel, para que sean probados, y tendrán tribulación por diez días. Mantente fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Ap. 2:8-10). Estas palabras del Señor Jesús indican que los creyentes de Esmirna, y el maestro de ellos, se hallaban en la tribulación y la pobreza y que se acercaba aún más sufrimiento para ellos. Por tanto, los exhortaba a la constancia, prometiéndoles la corona de la vida.

 

En cuanto al maestro de esta iglesia, muchos de los escritores antiguos dicen que era Policarpo, discípulo del apóstol Juan, por cuanto había escuchado a Juan predicar la Palabra de Dios y se había asociado con algunos de aquellos que habían conocido personalmente al Señor Jesucristo. También dicen que Juan lo había nombrado obispo y maestro de la iglesia de Esmirna.

 

En cuanto a los sufrimientos, el Señor dijo que iban a azotarle a él y a la iglesia donde era maestro; esto comenzó tiempo después. Sucedió que este buen pastor precedió, y muchos de los corderos de su rebaño lo siguieron fielmente. Sin embargo, es nuestro intento hablar aquí únicamente del obispo Policarpo.

 

Dicen que tres días antes de ser arrestado y sentenciado a muerte, de repente cayó dominado por el sueño mientras oraba. Y mientras soñaba, tuvo una visión en la cual vio la almohada sobre la que dormía, que comenzó de repente a arder hasta ser completamente consumida. Habiéndose despertado instantáneamente por la visión concluyó que a él lo iban a quemar por el nombre de Cristo.

 

Cuando los que buscaban apresarlo se le acercaban, sus amigos procuraron esconderlo, llevándolo a otro lugar en el campo. Sin embargo, poco tiempo después fue descubierto por sus perseguidores. Ellos habían detenido a dos muchachos, a quienes por medio de azotes obligaron a que les dijeran dónde se encontraba Policarpo. Y aunque de la habitación donde se hallaba fácilmente pudo haberse escapado a una casa que había en la vecindad, no lo hizo. Más bien dijo: “Hágase la voluntad del Señor.” Entonces, descendió las gradas para ir al encuentro de sus perseguidores a quienes tan bondadosamente recibió, que aquellos que nunca antes lo habían conocido, arrepentidos dijeron: “¿Qué necesidad tenemos de darnos prisa para apresar a un hombre tan anciano?”

 

Inmediatamente, Policarpo hizo poner la mesa para sus apresadores, insistiéndolos con afecto a que comieran para poder hacer su oración sin interrupción mientras ellos comían, lo que le fue permitido. Cuando terminó su oración y se acabó la hora en la cual había reflexionado sobre su vida y encomendado la iglesia a Dios y a su Salvador, los soldados lo sentaron sobre una asna y lo llevaron de camino a la ciudad el día sábado de la gran fiesta.

 

Nicetes y su hijo Herodes, llamado el príncipe de paz, le salieron al encuentro. Lo alzaron de la asna y le hicieron sentarse junto a ellos en el carro. De esta manera, buscaron hacer que apostatara de Cristo. Así, a él le decían: “¿Qué importa decir, señor Emperador, y ofrecer sacrificio e incienso a él, para salvar tu vida?” Al principio Policarpo para nada respondió, pero cuando ellos persistían en preguntar, exigiéndole que les diera respuesta, finalmente dijo: “Jamás haré lo que me piden y aconsejan que haga.” Cuando vieron que Policarpo era inconmovible en su fe, comenzaron a insultarlo, y al mismo tiempo le empujaron del carro. Al caer se le hirió la pierna severamente. Sin embargo, jamás demostró que se había herido por la caída, sino que al levantarse, otra vez se entregó a los soldados para ser llevado al lugar de ejecución, caminando tan rápido como si nada le molestara.

 

Apenas Policarpo había entrado al circo o anfiteatro donde iba a ser ejecutado, cuando se oyó una voz del cielo, diciendo: “Sé fuerte, ¡oh Policarpo! Sé valiente en tú confesión, y en el sufrimiento que te espera.” Nadie vio la persona de la cual había salido esta voz; pero muchos de los cristianos que por allí se hallaban presentes la escucharon. Sin embargo, a causa del gran alboroto que se había creado, la mayor parte de la gente no escuchó la voz. No obstante, tuvo la tendencia de fortalecer a Policarpo y a los que la oyeron.

 

El gobernador lo amonestó a tener compasión de sí mismo por la edad avanzada que tenía, incitándolo a que jurara por la fortuna del Emperador, y así negar a Cristo. Policarpo le dio la siguiente candorosa respuesta: “Hasta ahora he servido a mi Señor Jesucristo ochenta y seis años, y jamás me ha hecho daño alguno. ¿Cómo podría entonces negar a mi Rey, quien hasta aquí me ha guardado de todo mal, y que tan fielmente me ha redimido?”

 

Entonces el gobernador lo amenazó con fieras salvajes que lo despedazarían si no desistía de su propósito, diciéndole: “Frente a mí tengo las fieras, a las que habré de lanzarte a menos que te conviertas a tiempo.”

 

Policarpo le contestó sin temor: “Que vengan las fieras; pues mi propósito no cambiará. No podemos ser convertidos o pervertidos del bien al mal por medio de la aflicción. Pero mejor fuera si ellos, los hacedores de maldad, quienes en su malignidad persisten, llegaran a ser convertidos a lo que es el bien.”

 

El gobernador replicó: “Si aún no sientes pena, y desprecias las fieras salvajes, habré de quemarte con fuego.”

 

Una vez más, Policarpo le contestó, diciendo: “Ahora me amenazas con el fuego, que habrá de arder por una hora, y pronto se apagará. Pero no conoces el fuego del juicio futuro de Dios que está preparado y reservado para castigo y tormento eterno de los malvados. Pero ¿por qué ahora te detienes? Trae el fuego, o las fieras, o cualquier otra cosa que hayas de escoger. Por ninguna de ellas me persuadirás a negar a Cristo, mí Señor y Salvador.” 

El martirio de Policarpo: quemado vivo en la hoguera, Esmirna, 155 d.C

 

Finalmente, cuando la muchedumbre demandaba que lo mataran, fue entregado por el gobernador para ser quemado. Inmediatamente trajeron un gran montón de madera, fardos de leña, y virutas. Cuando Policarpo vio aquellas cosas, él mismo se desvistió y se despojó del calzado, para que lo acostaran sobre las maderas descalzo y sin vestidura. Habiendo ya hecho esto, los verdugos estaban a punto de echarle mano para clavarlo a los maderos, pero él les dijo: “Déjenme así. Aquél quien me ha dado la fortaleza para soportar el dolor del fuego, también me ha de fortalecer para permanecer en el fuego, aún si no me clavan en el madero.” Entonces ellos, según lo pedido, no lo fijaron con clavos a los maderos, sino que apenas con una cuerda le ataron las manos atrás.

 

Así pues, preparado ya como un holocausto, y puesto sobre los maderos como cordero de sacrificio, oró a Dios, diciendo: “Oh Padre de tu amado y bendito Hijo, nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos recibido el conocimiento salvador de tu bendito nombre; Dios de ángeles y poderes y de todas las criaturas, pero especialmente de todos los justos que viven al lado tuyo, gracias te doy por haberme llamado en este día y esta hora y hallado digno para tener parte y lugar entre el número de tus santos mártires, según como tú, oh Dios de verdad, que no puedes mentir, me has preparado, y me lo hiciste saber, y que finalmente ahora lo has cumplido. Por tanto, te agradezco y alabo por sobre todo hombre, y honro tu santo nombre por Jesucristo, tu amado Hijo, el eterno sumo sacerdote, para quien junto contigo y el Espíritu Santo, sea la gloria, ahora y para siempre. Amén.” Tan pronto que pronunció la última palabra de su oración (la palabra “Amén”), los verdugos encendieron los maderos sobre los cuales yacía. Y cuando las llamas circundaban altas sobre el cuerpo de Policarpo, para asombro de todos, se vio que el fuego poco o nada le había herido. Por tanto, al verdugo le dieron orden de traspasarlo con la espada, lo cual hizo inmediatamente. Y la sangre le salió a borbotones de la herida a tal punto que casi llegó a extinguir el fuego. De esta manera, este fiel testigo de Jesucristo, habiendo muerto a fuego y espada, entró en el reposo de los santos.

 

Otra descripción del estilo de vida de los cristianos en el Imperio Romano en el siglo II.

 

Porque los cristianos no se distinguen del resto de la humanidad ni en la localidad, ni en el habla, ni en las costumbres. Porque no residen en ciudades propias, ni usan una lengua distinta, ni practican alguna clase de vida extraordinaria... Pero si bien residen en ciudades de griegos y bárbaros, según ha dispuesto la suerte de cada uno, y siguen las costumbres nativas en cuanto al alimento, vestido y otros arreglos de la vida, pese a todo, la constitución de su propia ciudadanía, que ellos nos muestran, es maravillosa (paradójica), y evidentemente desmiente lo que podría esperarse. Residen en sus propios países, pero sólo como transeúntes; comparten lo que les corresponde en todas las cosas como ciudadanos, y soportan todas las opresiones como los forasteros. Todo país extranjero les es patria, y toda patria les es extraña. Se casan como todos los demás hombres y engendran hijos; pero no se desquitan de su descendencia. Celebran las comidas en común, pero cada uno tiene su esposa. Se hallan en la carne, y, con todo, no viven según la carne. Su existencia está en la tierra, pero su ciudadanía está en el cielo. Obedecen las leyes establecidas, y sobrepasan las leyes con sus propias vidas. Aman a todos los hombres, y son perseguidos por todos. No se hace caso de ellos, y, pese a todo, se les condena. Se les da muerte, y aun así están revestidos de vida. Piden limosna, y, con todo, hacen ricos a muchos. Se les deshonra, y, pese a todo, son glorificados en su deshonor. Se habla mal de ellos, y aún así son reivindicados. Son escarnecidos, y ellos bendicen; son insultados, y ellos respetan. Al hacer lo bueno son castigados como malhechores; siendo castigados se regocijan, como si con ello se les volviera a dar vida. Los judíos hacen guerra contra ellos como extraños, y los griegos los persiguen, y, pese a todo, los que los aborrecen no pueden dar razón de su odio. Epístola a Diogneto (125-200 d.C.) 6

 

Felícita con sus siete hijos martirizados en Roma, 164 d.C

 

Felícita era una viuda cristiana en Roma, madre de siete hijos, cuyos nombres eran Januarius, Félix, Filipo, Silvano, Alejandro, Vitalis y Martialis. Estos vivieron juntos con su madre en la misma casa, como una iglesia entera. De la madre se afirma que por las conversaciones que ella tuvo con las mujeres, convirtió a muchas a Cristo. Los hijos, por su parte se mostraron dignos por ganar a muchos hombres a Cristo.

 

Ahora, cuando los sacerdotes paganos se quejaron de esto ante Antonio, el Emperador, el cual revivió la persecución que había empezado con Trajano pero había perdido su fuerza, diciendo que había no solamente hombres, sino también mujeres que blasfemaban contra sus imágenes, pisoteaban la adoración del Emperador de los dioses- la adoración de los dioses según la manera del Emperador- de hecho alejaron a muchos de la religión antigua de los romanos; se afirmaba que aquello había sido hecho principalmente por una cierta viuda llamada Felícita y sus siete hijos, y para impedirlo ellos tendrían que ser obligados a renunciar a Cristo y sacrificar a los dioses, o en caso de rehusar hacer eso, serían llevados a la muerte. El Emperador, siendo provocado de esta manera, le otorgó a Publio, el magistrado principal, la absoluta autoridad sobre ellos.

 

Publio quería perdonar a Felícita, pues era una mujer muy respetable. Primero los llamó secretamente a su propia casa. Allí él les rogó con palabras agradables y promesas, pero después amenazó castigarlos con torturas severas a no ser que abandonaran la religión cristiana, y aceptaran otra vez la antigua adoración de los dioses romanos. Felícita, recordando las palabras de Cristo, “Él que me confiesa delante de los hombres, yo le confesaré también delante de mi Padre que está en los cielos,” no lo evitó, usando palabras disfrazadas o indirectas, sino respondió brevemente: “Yo no estoy conmovida por sus halagos y ruegos, ni atemorizada por sus amenazas; porque yo experimento en mi corazón la obra del Espíritu Santo, el cual me da un poder vivo y me prepara para enfrentar el sufrimiento y soportar todas las aflicciones que usted puede causarme.” 

Felícita, presenciando la muerte de sus siete hijos antes de ser ella misma martirizada, Roma 164 d.C.

 

Ya que Publio no pudo mover a la mujer de su firme propósito, él le dijo: “Muy bien; si le parece agradable morir, muera sola, pero compadécete de tus hijos y pídeles que sacrifiquen a los dioses para salvar sus vidas.” Entonces Felícita le respondió al juez: “Tu compasión es pura maldad y crueldad, porque si mis hijos sacrificaran a los dioses, no rescatarían sus vidas, sino las venderían al demonio del infierno, cuyos siervos en cuerpo y alma serán reservados por él, en cadenas de oscuridad para el fuego eterno.

 

Después, mirando a sus hijos les dijo: “Sigan firmes en la fe, porque Cristo y sus santos los están esperando. He aquí, el cielo está abierto delante de ustedes; por lo tanto, luchen valientemente por sus almas, y demuestren que son fieles en el amor de Cristo en el cual él los ama a ustedes y ustedes a él.”

 

El magistrado se llenó de ira contra ella y mandó golpearla en su mejilla, mientras que al mismo tiempo le reprendía con vehemencia diciendo: “¿Cómo te atreves a exhortar con insolencia a tus hijos en mi presencia, y hacerlos obstinados a desobedecer los mandatos del Emperador? Sería mucho más correcto para ti que los incitaras a la obediencia a él.”

 

Felícita, a pesar de haber sido amenazada con la muerte, respondió con valentía de varón: “Si usted, o juez, conociera a nuestro salvador Jesucristo y el poder de su divinidad y majestad, sin duda dejaría de perseguir a los cristianos y no intentaría apartarnos de la religión cristiana obligándonos a blasfemar, porque cualquiera que maldice o blasfema a Cristo y a sus fieles, maldice y blasfema a Dios mismo, quien vive por la fe en sus corazones.”

 

Entonces, aunque le golpearon la cara con sus puños para acallarla, ella no dejó de amonestar a sus hijos a permanecer fieles y no temer las torturas ni al potro, ni aun la misma muerte, sino morir voluntariamente por el nombre de Cristo.

 

Por lo tanto Publio llevó a cada uno de sus hijos separadamente y habló primero a uno y después a otro, esperando por este último recurso a apartarlos de la verdad, tanto por amenazas como por promesas, por lo menos a algunos de ellos. Pero como no pudo persuadirlos, mandó un mensaje al Emperador, diciendo que todos permanecieron obstinados y que él no pudo persuadirlos a sacrificar a los dioses de ninguna manera. Entonces el Emperador condenó a la madre junto con sus siete hijos para ser entregados en las manos de los verdugos y ser martirizados de diversas maneras. Sin embargo, la madre tendría que ver morir a todos sus hijos antes de su martirio.

 

De acuerdo con esta sentencia, primero azotaron a Januarius el primogénito hasta que murió en la presencia de su madre. Los azotes fueron diseñados de cuerdas con bolas de plomo atadas en sus extremos. Los que tuvieron que sufrir este tipo de tortura fueron azotados con ellos en sus cuellos, espaldas, costados y otras partes tiernas de sus cuerpos, o para torturarlos o para martirizarlos como en este caso. Félix y Filipo, el segundo y tercer hermano, fueron azotados hasta la muerte con varas. Silvano fue arrojado desde un lugar alto. Alejandro, Vitalis y Martialis fueron decapitados. Esto sucedió bajo el emperador Antonio Pio.

 

LA CUARTA PERSECUCIÓN CONTRA LOS CRISTIANOS BAJO MARCOS AURELIO Y LUCIO VERO, LA CUAL COMENZÓ CERCA DEL AÑO 166 D.C.

 

Por todas partes y en todas las ciudades, escribe P.J.Twisck, los edictos y decretos contra los cristianos fueron manifiestos; por esta razón los magistrados y oficiales procedieron cruelmente contra ellos, se levantaron de una manera muy cruel contra ellos, persiguiéndolos hasta la muerte, con gran atrocidad e ira. Porque diversos tipos de torturas, castigos y muerte, y sin importar cuán grandes, severos y crueles, fueron producidos o planeados por estos hombres malvados, tiranos e instrumentos del diablo. Se pensaba que los cristianos como malditos, como enemigos del gobierno y como la causa de toda desgracia merecían ser objetos de burla pública, encarcelados eternamente, exiliados, azotados, apedreados, estrangulados, decapitados y quemados. Además, se pensó que era menos de lo que ellos realmente merecían.

 

En ese tiempo empezaron a poner placas calentadas al rojo vivo sobre las pobres personas hasta hacerlos morir; también arrancaron la carne de sus huesos con tenazas al rojo vivo; fueron colocados en sillas de hierro y quemados a fuego lento.

 

Todo esto fue acompañado por una crueldad más: Los cuerpos de los muertos fueron arrojados a los perros y guardados por soldados para impedir que otros cristianos los llevaran para enterrarlos. En resumen, tan grande era el sufrimiento que, solamente en la ciudad de Lyon, el obispo Ireneo y diecinueve mil de sus ovejas fueron cruelmente masacrados.

 

Átalo, asado en una silla de hierro, tostado, arrojado a las bestias salvajes y decapitado por el río Rhone, cerca del año 172

 

En este tiempo, la espantosa presión de conciencia siguió bajo los emperadores Marcos Aurelio y Lucio Vero; y no cesó hasta que los cristianos terminaron sus vidas bajo muchos tormentos. Y sucedió que un cierto cristiano piadoso, llamado Átalo, que había sido arrestado por ser cristiano, fue torturado de una manera muy cruel. Sí, hasta llegó a ser colocado sobre el fuego en una silla de hierro y asado. Cuando le preguntaron qué nombre tiene el Dios de los cristianos, él respondió: “Donde hay muchos dioses, se los distingue por nombres; pero donde hay un solo Dios, no se necesita un nombre.” Por fin él fue llevado al Coliseo para ser devorado por las bestias. Pero ellas, o por la mano de Dios, o porque ya habían sido saciadas, no lo tocaron, ni con sus garras, ni con sus dientes; así que él, junto con otros mártires, fue acuchillado por la garganta. Algunos escriben que después fue decapitado.

 

Maturus, Santos, Blandina y un joven del Ponto, cruelmente atormentados por el río Rhone cerca del año 172 d.C

 

Los antiguos escritores atestiguan que cerca del tiempo en que Átalo fue muerto, varios otros también fueron martirizados por causa de Cristo, como Maturus, Santos, Blandina, y un joven de quince años del Ponto. En cuanto a las circunstancias de sus sufrimientos y su muerte, ocurrió de esta manera: En primer lugar, tres de ellos, fueron atormentados cruelmente, especialmente Blandina. Los otros temieron mucho por ella, pues no pudiendo resistir el dolor, ella podría negar a Cristo. Pero ella permaneció tan firme en todos sus sufrimientos que las manos de sus verdugos se cansaron antes que su corazón desmayara. Eusebio Panfilio ha escrito sobre ella que los verdugos en la mañana desde muy temprano la torturaron hasta la noche y se sorprendieron mucho que ella siguiera aún con vida. Pero él explica esto, diciendo que cada vez que ella repitió las palabras, “soy cristiana,” su espíritu se fortalecía y pudo seguir soportando.

 

Santos, quien era el diácono o el que cuidaba a los pobres, fue atormentado con placas de cobre, al rojo vivo, los cuales se aplicaron en su abdomen. Siendo interrogado en cuanto a su nombre, su nación, su ciudad, si era esclavo o libre, no dijo otra cosa, sino que a todas las preguntas respondía en latín: “Soy cristiano.” Esto era para él su nombre, su patria y su raza, y los gentiles no pudieron hacerle pronunciar otras palabras. Esto enojó a los tiranos y los llenó de una furia atroz que siguieron torturándolo hasta que su cuerpo tenía la apariencia de ser una sola herida. Pero él permaneció animado y valiente; soportó el calor del fuego por las consolaciones celestiales de Jesucristo.

 

Maturus fue tratado casi de la misma manera y permaneció igualmente firme. Habiendo sido terriblemente atormentadas, estas tres personas fueron echadas a la cárcel otra vez. Después fueron sacadas y atormentadas nuevamente. Primero Blandina y después Maturus y Santos. Fueron azotados la segunda y tercera vez con todo tipo de varas; además fueron golpeados con palos, garrotes, y astillas afiladas; también fueron pellizcados, cortados y desgarrados con todo tipo de ganchos, cuchillos, garras, tenazas y peines de hierro. Por fin, cuando muchos miles se habían reunido en el anfiteatro, Maturus y Santos fueron colocados en sillas de hierro bajo las cuales un gran fuego fue encendido, así que sus cuerpos, lacerados con muchos azotes fueron inmediatamente consumidos por el fuego; sin embargo, cuando los enemigos de la verdad vieron que sus espíritus permanecían firmes, los decapitaron.

 

De Blandina está escrito que ella fue tendida en diagonal y atada a una estaca, para ser arrojada a las bestias. Sin embargo, ella fue llevada otra vez a la cárcel. Pero después, en el último día de los juegos, fue sacada junto con el joven del Ponto el cual había sido ordenado por el juez a ver los sufrimientos y las muertes de los mártires anteriores para que le infundieran temor. Siendo llevados al centro del lugar de ejecución delante del juez, fueron ordenados a jurar por los dioses, lo cual se negaron a hacer, reprendiendo a la vez la idolatría de los paganos. En eso, los paganos se indignaron, y los atormentaron mucho, tanto que el joven, no pudiendo soportar más, murió. 

Blandina, asada en una parrilla y luego arrojada a toros salvajes, 172 d.C

 

Blandina se regocijó tanto al ver la firmeza del joven muerto que ella había adoptado como hijo, y también la muerte de sus amigos fieles que ya habían pasado el conflicto, siendo azotados por el tirano, que ella saltó de gozo. En cuanto a su muerte, se escribe que ella fue asada en una parrilla y después envuelta en una red y arrojada a toros que la lanzaron al aire con sus cuernos y después la dejaron caer al suelo. Sin embargo, como ella aún no había muerto, el juez ordenó que le cortaran la garganta, lo cual hicieron; aunque otros dicen que ella fue clavada con una espada. De esta manera la piadosa mártir y los otros tres mártires de Jesús terminaron sus vidas, y ahora están esperando el dichoso premio que el Señor dará en el gran día de la recompensa a todos los que han sufrido y luchado, aun hasta la muerte, por causa de su nombre.

 

En las siguientes citas Celso, un filósofo romano incrédulo, crítico del cristianismo, describe a los cristianos como enemigos del Imperio o revolucionarios; puesto que ellos no obedecían las órdenes del Emperador tales como participar en la guerra o en la política, o en la adoración de los dioses del Imperio.

 

Hay una raza nueva de hombres nacidos ayer, sin patria ni tradiciones, asociados entre sí contra todas las instituciones religiosas y civiles, perseguidos por la justicia, universalmente cubiertos de infamia, pero auto glorificándose con la común blasfemia: son los cristianos. Mientras las sociedades autorizadas y organizaciones tradicionales se reúnen abiertamente y a la luz del día, ellos mantienen reuniones secretas e ilícitas para enseñar y practicar sus doctrinas. Se unen entre sí por un compromiso más sagrado que un juramento y así quedan confabulados para conspirar con más seguridad contra las leyes y así resistir más fácilmente a los peligros y a los suplicios que les amenazan…

 

Vamos a tratar de otro asunto. Los cristianos no pueden soportar la vista de templos, de altares ni de estatuas… Los persas comparten ese mismo sentimiento… Sé de buena fuente que entre los persas la ley no permite construir altares, templos, estatuas. Se considera locos a quienes lo hacen… El menosprecio que los cristianos muestran hacia los templos, las estatuas y los altares es como el signo y la señal de reunión, misteriosa y secreta, que entre sí intercambian. (178 d.C.) 7

 

Por esta y por otras razones, como dice Tertuliano: “Las asambleas paganas tienen todos sus circos donde están prestos para gritar con alegría: “Muerte para la tercera clase (refiriéndose a los cristianos).” O se decretaban leyes contra los cristianos de parte del gobierno, como esta: “No es lícito que los cristianos vivan en el mundo.”

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Comentarios: 3
  • #1

    JONATHAN VELASCO (jueves, 09 abril 2020 18:57)

    Dios los bendiga!

  • #2

    Enrique Gutiérrez (domingo, 03 mayo 2020 23:30)

    Muy interesante. Dios los bendiga

  • #3

    Dixson R. (martes, 18 mayo 2021 00:08)

    Cada vez que les leo, me da mas hambre de saber, gracias al Señor por darme la oportunidad de leerles.
    Bendiciones!

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