la oración que quebranta

 

Dios quiere que ore, que pase tiempo orando, porque el éxito de mi vida espiritual depende de mí oración. Un predicador que ora poco puede ver algunos resultados de sus labores, pero, si obtiene resultados, entonces es que alguien ora por él. El fruto viene de la oración, no del predicador. Qué sorpresa tendrán algunos predicadores cuando el Señor dé «la recompensa conforme a sus obras». « ¡Señor! ¡Estos son mis convertidos! Fui yo quien dirigía la misión que llevó a todos éstos a tu redil. Yo hice la predicación, la invitación, la persuasión... Pero, ¿fui yo que «hice» la oración también? » Cada convertido es el resultado de la obra del Espíritu Santo en respuesta a la oración de algún creyente.

 

 ¡Oh, Dios, que no tengamos esta desagradable sorpresa! ¡Oh, Señor, enséñanos a orar! Hemos tenido una visión de un Dios que está rogando a sus hijos que oren. ¿Cómo respondo a esta llamada? ¿Puedo decir como Pablo: «No fui rebelde a la visión celestial»? Repito otra vez, si hay pena en el cielo será de que hayamos pasado tan poco tiempo en intercesión verdadera cuando estábamos en la tierra.

 

Pensemos en el amplio alcance de la oración «Pídeme y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra» (Salmo 2:8). Y algunos creyentes nunca se preocupan de presentar ni aun los pequeños detalles de sus propias vidas a Dios en oración, y de cada diez cristianos, nueve nunca piensan en orar por los paganos.

 

Uno se asombra de la resistencia de los cristianos a orar. Quizás es porque nunca han experimentado u oído hablar de respuestas convincentes a la oración. En este capítulo emprendemos la tarea de lo «imposible». ¿Qué es esto? ¿Deseamos hacer palpable a cada corazón y a cada conciencia el poder de la oración? Nos atrevemos a decir que esto es «imposible». Porque si los hombres no quieren creer y obrar como resultado de las promesas y las órdenes de Dios, ¿cómo podemos esperar persuadirlos con exhortaciones meramente humanas?

 

Pero, ¿recuerda usted cuando nuestro Señor, hablando a sus discípulos les preguntó si creían que Él estaba en su Padre y el Padre en El? Y luego añadió: «Si no, creedme por las mismas obras» (Juan 14: 11). Era como si dijese: «Si mi Persona, mi vida santificada, y mis palabras de vida no consiguen que creáis en mí, entonces mirad las obras que hago; éstas sin duda serán suficientes para forzaros a creer. Creedme por lo que hago».

 

Luego les prometió que, si querían creer, harían aún obras mayores que aquéllas. Fue después de decir esto que hizo la maravillosa promesa mencionada antes con respecto a la oración. La inferencia que podemos sacar es que aquellas «grandes obras» sólo se pueden realizar como resultado de la oración.

 

¿Puede el discípulo pues seguir el método del Maestro? ¡Compañero en la obra de Cristo!, si deja de comprender o de confiar en las extraordinarias promesas de Dios respecto a la oración, ¿no va a creerlas por lo menos, «por amor a la obra»? Esto es, las «grandes obras» que los hombres y mujeres realizan hoy, es decir, las grandes obras que Jesús está realizando por medio de ellos, por medio de su cooperación en la oración.

¿Qué es lo que tratamos de hacer? ¿Cuál es, nuestro objetivo real en la vida?, sin duda deseamos más que nada dar abundante fruto en el servicio del Maestro. No buscamos posición, prominencia o poder. Pero anhelamos ser siervos útiles. Si es así debemos orar en abundancia. Dios puede hacer más por medio de nuestras oraciones que por medio de nuestra predicación. A. J. Gordon, dijo: «Una vez se ha orado, se puede hacer todavía más, pero no se puede hacer más que orar, hasta que se ha orado». ¡Si creyéramos esta verdad!

 

Una señora, misionera en la India, estaba afligida, a causa del fracaso de su vida y su obra. Era una persona fiel y devota, pero muy pocas conversiones habían resultado de su ministerio, por alguna razón. El Espíritu Santo parecía decirle «Ora más», pero resistió las sugerencias del Espíritu durante un tiempo. «Al fin» dice la misionera, «aparté un rato diario para la oración. Lo hice con temor, temiendo que mis compañeros pensaran que estaba tratando de escabullirme del trabajo. Al poco empecé a ver que algunas personas aceptaban a Cristo como su Salvador. Es más, todo el distrito parecía que se despertaba, y la obra de los otros misioneros fue bendecida como nunca antes. Dios hizo más en seis meses, que lo que yo había conseguido en seis años. Y añadió «Nunca me acuso nadie de eludir mi deber». Otra señora misionera en la India sintió también el llamamiento de orar. No hubo ninguna oposición desde fuera, pero hubo mucha desde dentro. Pero, persistió y en dos años el número de convertidos en el área, ¡se multiplicó por seis! Dios prometió «Derramaré mi espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas» (Joel 2:28). ¿Cuánto Espíritu de «Suplicación» hay en usted? Sin duda tenemos que conseguir este Espíritu a toda costa. Sin embargo, si no estamos dispuestos a pasar el tiempo «Suplicación», Dios tiene que retirar este Espíritu, y pasaremos a ser parte del número de los que «resisten al Espíritu», y posiblemente lo «apagan». ¿No ha dicho nuestro Señor que dará el Santo Espíritu «a los que se lo pidan»? (Lucas 11: 13).

 

¿No nos avergüenzan algunos de los nuevos convertidos del paganismo? Hace unos años, cuando estaba en la India, tuve el gran gozo de ver algo de la obra de Pandita Ramabai. Tenía una escuela internado con 1.500 chicas hindúes. Un día algunas de estas chicas se acercaron con sus Biblias y pidieron a la misionera, les explicara qué significaba San Lucas 11:49: «Fuego vine a echar en la tierra; y ¡cómo deseo que se haya encendido ya!» La misionera trató de esquivarlas con una respuesta evasiva, porque no estaba segura de lo que querían decir estas palabras. Pero, ellas no se quedaron satisfechas, así que decidieron rogar por este fuego. Y cuando oraban -y como resultado de esta oración- fuego del cielo descendió sobre sus almas. Les fue concedido un verdadero Pentecostés desde arriba. ¡No es de extrañar que continuaran orando!

 

Un grupo de estas chicas, sobre las cuales Dios había derramado el «Espíritu de suplicación» vinieron a la casa de .la misión donde yo estaba pasando algunas semanas. «¿Podemos quedarnos en esta ciudad y orar por su obra?» preguntaron. El misionero no sintió mucho entusiasmo por la idea. Creía que debían estar en la escuela y no holgazaneando por allí. Pero, ellas pidieron solo que se les diera una sala o un cobertizo para orar; y, ¡cómo no!, todos apreciamos que se orara a nuestro favor. De manera que se les concedió lo que pedían, y aquel día el buen hombre se sentó para la cena, pensando. Al llegar la noche llegó un pastor nativo, completamente trastornado. Con lágrimas en los ojos explicó que el Espíritu de Dios le había redargüido de pecado, y que se sentía obligado a venir para confesar abiertamente el mal que había hecho. A él le siguieron otros creyentes, uno tras otro, confesando sentirse convictos de pecado. Fue un período excepcional de bendición. Algunas personas que se habían apartado fueron restauradas, los creyentes fueron santificados, varios inconversos fueron traídos al redil; todo porque unas pocas chicas estuvieron orando.

 

Dios no hace acepción de personas. Si alguien decide aceptar sus condiciones, Él está por su parte dispuesto a cumplir sus promesas. ¿No arde nuestro corazón dentro de nosotros al oír hablar del gran poder de Dios? Y este poder puede ser nuestro, simplemente pidiéndolo. Sé que hay «condiciones». Pero usted y yo podemos cumplirlas por medio de Cristo. Y aquellos que no pueden tener el privilegio de servir a Dios en la India o en alguna parte de ultramar pueden, con todo, traer su parte de bendición. Cuando el avivamiento de Gales estaba en su apogeo, un misionero galés escribió a sus paisanos pidiéndoles que oraran para que la India pudiera ser conmovida de modo similar. Así que algunos mineros se reunieron diariamente en la boca de la mina, media hora antes del amanecer, para orar por su paisano al otro lado del mar. A las pocas semanas se recibió el esperado mensaje: «Ha empezado la bendición».

 

¿No es espléndido que nuestras oraciones puedan traer lluvias de bendición en la India, en África, en China, de la misma manera que podemos obtener las gotas que necesitamos en nuestro propio terreno? Muchos recordaremos las cosas maravillosas que Dios hizo en Corea hace algunos años, las cuales fueron por completo en respuesta a la oración. Unos pocos misioneros decidieron reunirse a orar cada día al mediodía. Al final de un mes un hermano sugirió que como no había ocurrido «nada en un mes» sería mejor dejar de reunirse. «Oremos en nuestras casas, según creamos conveniente», dijo. Pero los otros protestaron que lo que tenían que hacer era pasar más tiempo orando cada día. Así que continuaron orando diariamente durante cuatro meses. Luego, de repente, empezaron a llover bendiciones.

 

Los servicios de las iglesias en diversos puntos eran interrumpidos por gente sollozando y confesando sus pecados. Al fin empezó un poderoso avivamiento. En un lugar, durante un servicio una noche de domingo el dirigente de una iglesia se levantó y confesó que había sustraído cien dólares al administrar el legado de una viuda. Inmediatamente, la convicción de pecado se extendió por toda la audiencia. El servicio no terminó hasta las 2 de la madrugada del domingo. El maravilloso poder de Dios se dejó sentir como nunca antes. Y cuando la iglesia hubo sido purificada, muchos pecadores hallaron la salvación. Las multitudes acudían a las iglesias por curiosidad. Algunos iban a mofarse, pero el temor se apoderaba de ellos y se quedaban para orar. Entre los «curiosos» había el capitán de una pandilla de bandoleros. Fue convicto de pecado y se convirtió. Se fue directo al magistrado y se entregó. «¿No tienes quien te acuse?», le dijo, atónito, el oficial, «¿y te acusas tú mismo? No tenemos en la ley ninguna provisión que cubra este caso». Y lo despidió. Uno de los misioneros declaró: «Valió la pena el haber pasado varios meses en oración, porque cuando Dios dio el Espíritu Santo, realizó más en medio día, que todos los misioneros habíamos realizado en medio año». En menos de dos meses se convirtieron más de 2.000 paganos.

 

El celo ardiente de estos convertidos era incomparable. Algunos de ellos dieron todo lo que tenían para construir una iglesia, y lloraban porque no tenían más. No hay que decir que comprendían el poder de la oración. Estos convertidos fueron bautizados con el «Espíritu de suplicación». «En una iglesia fue anunciada una reunión de oración a las 4:30 de la mañana diariamente. El primer día llegaron 400 personas antes de la hora indicada... ¡deseosas de orar! El número creció rápidamente hasta los 600. En Seúl, la asistencia a la reunión de oración semanal era de unos 1.100.

 

Los paganos acudieron, para ver qué era lo que estaba ocurriendo. Exclamaron atónitos: «El Dios vivo está entre vosotros». Estos pobres paganos vieron lo que muchos cristianos no ven. ¿No dijo Cristo: «Allí donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos?» (Mateo 18:20). Lo que es posible en Corea es posible aquí. Dios no hace acepción de personas. El desea bendecirnos, derramar su espíritu sobre nosotros. Ahora bien, si nosotros -en esta nación llamada cristiana- creyéramos de veras en la oración, es decir, en las promesas de nuestro Señor, ¿evitaríamos las reuniones de oración? ¿Si tuviéramos interés auténtico por la condición de los que se pierden, a millares, en nuestro propio país, y a decenas de millares en los países paganos, ¿nos abstendríamos de orar? Sin duda pensamos muy poco, de lo contrario oraríamos más. «Pedid y se os dará», nos dice un Dios todopoderoso y amante, y apenas hacemos caso de sus palabras. Es verdad: los convertidos de los países paganos nos avergüenzan. En mis viajes llegué a Rawal Pindi, en la India del noroeste. ¿Qué ocurrió allí? Algunas de las chicas de Pandita Ramabai fueron allí a acampar. Pero, un poco antes de esto, Pandita Ramabai había dicho a sus chicas: «Si ha de haber alguna bendición en la India, podemos conseguirla. Por tanto, pidamos a Dios que nos diga lo que tenemos que hacer para conseguirla»

 

Al leer en su Biblia hizo una pausa sobre el versículo «...les mandó... que aguardasen la promesa del Padre... recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo» (Hechos 1:4-8). «Aguardar. Esto no lo hemos hecho nunca», dijo. «Hemos orado, pero no hemos esperado ninguna bendición mayor hoy de la que recibimos ayer.» ¡Oh, cómo oraron! Una reunión de oración duró seis horas. Y ¡qué maravillosas bendiciones fueron derramadas por Dios como resultado de sus oraciones!

 

Mientras algunas de estas chicas estaban en Rawal Pindi, una misionera, mirando desde su tienda a medianoche, se sorprendió al ver que había una luz encendida en una de las tiendas de las chicas - algo contrario a las reglas-. Iba a regañarlas, pero encontró a la más joven de ellas, una chica de quince años, arrodillada a un extremo de la tienda, con una candela de sebo en una mano y una lista de nombres para interceder por ellos. Tenía 500 nombres en la lista, 500 de las 1.500 chicas de la escuela de Pandita Ramabai. Hora tras hora fue presentando los nombres delante de Dios. No es de extrañar que la bendición de Dios cayera sobre estas chicas y sobre quienquiera que estas chicas habían puesto en sus «listas» de oración.

 

El Pastor Ding Li Mei, de la China, tiene los nombres de 1.100 estudiantes en su lista de oración. Muchos centenares han sido ganados para Cristo por medio de sus oraciones. Y tan decididos y sólidos son sus convertidos que docenas de ellos han entrado en el ministerio cristiano.

Sería fácil ir añadiendo historias tan asombrosas e inspiradas como éstas para mostrar las bendiciones obtenidas por medio de la oración, pero no hay necesidad. Sé bien que Dios quiere que yo ore y que usted ore. «Si hay alguna bendición para Inglaterra, podemos conseguirla» No; más que esto: si hay alguna bendición en Cristo, podemos conseguirla. «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición en os lugares celestiales en Cristo.» (Efesios 1:3) El almacén de bendiciones de Dios está lleno a rebosar. La llave es la oración, y la fe da vuelta a la llave y abre la puerta, y reclama las bendiciones. «Bienaventurados son los de puro corazón porque ellos verán a Dios» Y verle es orar rectamente.

 

¡Oiga! Hemos llegado -usted y yo- otra vez a una encrucijada. Todos nuestros fracasos anteriores, nuestra ineficacia e insuficiencia, toda nuestra infructuosidad en el servicio, puede ser eliminada ahora, de una vez para siempre, si damos a la oración el lugar que le corresponde. Empiece a hacerlo hoy. No espere un día más conveniente. Todo lo que vale la pena conseguir puede ser conseguido. Lograrlo depende de las decisiones que hagamos. Verdaderamente Dios es maravilloso. Y una de las cosas más maravillosas acerca de Él es que pone a nuestra disposición la oración de fe. La oración del que cree, de un corazón completamente limpio nunca falla. Dios nos ha dado su palabra de ello. Y con todo es mucho más sorprendente que los creyentes, en números inmensos, no crean la palabra de Dios o no tengan interés en ponerla a prueba. Cuando Cristo es «todo en todo», cuando es el Salvador y Señor y Rey en todo nuestro ser, entonces es realmente Él que ora nuestras plegarias. Podemos, entonces, cambiando una palabra de un conocido versículo, decir que el Señor vive para hacer intercesión por nosotros. Oh, que pudiéramos conseguir que el Señor Jesús se «maravillara» no de nuestra incredulidad, sino de nuestra fe.

 

Cuando nuestro Señor se «maraville» de nosotros y diga: «Verdaderamente... no he encontrado tanta fe ni aún en Israel» (Mateo 8: 10). Entonces nuestra parálisis se transformará en poder. ¿No ha venido el Señor para poner «fuego» en nosotros? ¿Estamos ya «ardiendo»? Dios no hace acepción de personas. Si podemos decir, humilde y verdaderamente: «Para mí el vivir es Cristo» (Filipenses 1: 2), ¿no manifestará su poder por medio de nosotros? Algunos hemos leído acerca de John Hyde. Su "súplica intercesora cambiaba las cosas. Se nos dice que los demás estaban emocionados cuando John Hyde oraba. Se sentían conmovidos en lo más profundo de su corazón cuando clamaba el nombre «¡Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús!», y un bautismo de amor y poder descendía sobre ellos. Pero no era John Hyde, era el Espíritu Santo de Dios sobre un hombre consagrado, lleno de su Espíritu, que se extendía sobre los que le rodeaban. No todos podemos ser un «Hyde el que ora», ¿verdad? La respuesta será: «¡No! John Hyde tenía un don especial de oración». Muy bien, pero, ¿cómo lo consiguió? Hubo un tiempo en que era un cristiano corriente, como cualquiera de nosotros. ¿Has notado que, hablando desde el punto de vista humano, debía su vida de oración a las oraciones del padre de un amigo suyo? Hay que recordar este punto. Es de la mayor importancia, y puede afectar profundamente su propia vida entera.

 

Voy a contar algo más de su historia, porque es de gran interés. Vamos a citar a John Hyde mismo. Habla de cuando estaba a bordo de un barco que navegaba hacia la India, donde se dirigía como misionero. Dice: «Mi padre tenía un amigo el cual deseaba en gran manera ser misionero, pero no fue aceptado para ir al campo de misión. Este amigo me escribió una carta directamente al barco. La recibí unas horas después de haber partido de Nueva York. Sus palabras no eran muchas, pero el sentido de las mismas era: «No cesaré de orar por ti, querido Juan, hasta que seas lleno del Espíritu Santo.» Cuando acabé de leer la carta la arrugué y la tiré airado al suelo. ¿Creía este amigo que yo no había recibido e1 Espíritu Santo, o que yo hubiera partido hacia la India sin él? Pero a poco prevaleció el buen sentido. Recogí la carta y la leí otra vez. Quizá necesitaba algo que no había recibido todavía. Fui paseando arriba y abajo por la cubierta con una lucha en mi interior. Me sentía incómodo quería a la persona que la había escrito. Sabía qué clase de vida vivía, y, en el fondo de mi corazón, yo tenía la convicción de que él tenía razón, que yo no era apto para ser misionero…Estos pensamientos continuaron agitando mi mente durante dos o tres días, hasta que me sentí realmente desgraciado...

 

Al fin, en un acto desesperado le pedí a Dios que me llenara de su Santo Espíritu; y al momento en que lo hice... empecé a verme a mí mismo, y qué egoístas eran mis ambiciones» Pero no recibió la bendición que buscaba. Desembarcó en la India y fue con sus compañeros misioneros a un servicio al aire libre. «El misionero habló», dice John Hyde, «y a mí me dijeron que hablaba sobre Jesucristo como verdadero Salvador del pecado, y cuando hubo terminado su mensaje, un hombre de aspecto muy respetable, hablando muy buen inglés, le preguntó al misionero si él mismo había sido salvo. La pregunta me llegó al corazón; porque si me la hubieran preguntado a mí habría tenido que confesar que Cristo no me había salvado del todo, porque yo sabía que había un pecado en mi vida que no había sido quitado. Comprendí qué deshonor hubiera sido para el nombre de Cristo el haber tenido que confesar que yo, que estaba predicando a Cristo, no había sido librado del pecado, aunque estaba proclamando a los demás que era un perfecto Salvador. Me fui a mi cuarto y me encerré, y le dije a Dios que hiciera una de dos cosas: O bien Él debía darme victoria completa sobre todos mis pecados y especialmente sobre aquel pecado que me asediaba, o que me hiciera regresar a América a buscar alguna otra clase de trabajo. Dije que no podía pensar en levantarme a predicar el Evangelio hasta que pudiera testificar de su poder en mi vida. Y... comprenda cuán razonable era esto, y el Señor me aseguró que Él podía librarme de todo pecado, y quería hacerlo. Me libró, y no he tenido la menor duda de ello desde entonces.» Fue entonces, y sólo entonces, que John Hyde pasó a ser «Juan, el que ora».

Y es sólo por medio de esta rendición y reclamar el ser librado del poder del pecado en la vida que usted y yo podemos llegar a ser hombres de poder en la oración. El punto que quiero subrayar, sin embargo, ya lo he mencionado antes. Un hombre prácticamente desconocido en el mundo, ora por John Hyde, que era también desconocido en el mundo, y por medio de las peticiones del otro pasa a ser conocido ahora como «Hyde, el que ora». Dijo usted en su corazón, querido lector, hace un momento, que no espera poder convertirse en un «Juan, el que ora»

 

Naturalmente, no todos podemos destinar tanto tiempo a la oración. Por razones físicas o de otra índole puede que nos sea imposible pasar tanto tiempo orando. Pero podemos tener su espíritu de oración. Y podemos hacer por otros lo que este amigo desconocido de John Hyde hizo para él. ¿No podemos orar pidiendo bendiciones para otros, para el pastor o su ayudante? ¿Para un amigo? ¿Para su familia? ¡Qué ministerio el nuestro si entramos en él! Pero para hacerlo debemos rendirnos por completo como hizo John Hyde. ¿No lo hemos hecho aún? El fracaso en la oración se debe a una falta en el corazón. Sólo los de «puro corazón» pueden ver a Dios. Y sólo aquellos que «de corazón limpio invocan al Señor» (2.3 Timoteo 2:22) pueden con confianza esperar respuesta a sus oraciones.

 

¡Qué avivamiento podría empezar; qué gran bendición podría descender sobre nosotros si todos los que leen estas palabras reclamaran la plenitud del Espíritu Santo ahora! ¿No ve claro por qué Dios quiere que oremos? ¿No ve por qué todo lo que vale la pena depende de la oración? Hay varias razones para explicar por qué no recibimos algo que pedimos, pero una se destaca vívidamente ante nosotros después de leer este capítulo. Es la siguiente: si pedimos algo y no lo recibimos, la falta está en nosotros. Cada oración no contestada es como un clarinazo que nos llama la atención a que busquemos en nuestro corazón para ver lo que hay en desorden allí; porque la promesa es indudable en su claridad: «si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré» (Juan 14: 14).

 

 

En realidad, el que ora no pone a Dios a prueba, sino que pone a prueba su propia vida espiritual. Déjame acercarme ¡oh Dios a Ti! Más cerca cada día; ¡oh, déjame apoyarme más en Ti! Para seguir mi vida.

 

fuente; extracto del libro el cristiano de rodillas.

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Comentarios: 1
  • #1

    Jorge (viernes, 02 julio 2021 09:14)

    Muy interesante y motivador mensaje,al leerlo todo entendí la importancia de orar, la oración es una puerta que se abre cuando tienes la llave., y esa llave muchos la tenemos pero no la usamos por nuestra poca fe y flogera espiritual. Despojemonoss de todo eso sacudamos el polvo y luego doblar rodillas y ver con nuestros ojos las maravillas que hará el Señor.

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