El Señor Jesucristo

el divino maestro de la oración

 

Estate seguro de ser cuidadoso con tus deberes secretos; sea lo que sea que hagas, mantenlos siempre activos. El alma que es descuidada en lo que a ello se refiere no podrá ser prosperada.

 

La apostasía casi siempre comienza cuando la oración es descuidada y olvidada. Dedica bastante tiempo a la comunión secreta con Dios. Ese es el secreto que enriquece al cristiano. Ora solo. Permite que la oración sea la llave que abra tu día por la mañana y el cerrojo que cierre por la noche. La mejor manera de luchar contra el pecado es luchar sobre nuestras rodillas. PHILIP HENRY

 

El Señor Jesucristo fue el divino Maestro de la oración: "¿Quién de vosotros que tenga un amigo, va a él a medianoche y le dice: Amigo, préstame tres panes, porque un amigo mío ha venido a mí de viaje, y no tengo qué ponerle delante. Y aquel, respondiendo desde adentro, le dice: No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis niños están conmigo en cama; no puedo levantarme, y dártelos? Os digo que aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sin embargo, por su importunidad se levantará y le dará todo lo que necesite. Y Yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá" (Le. 11:5-9).

 

Su poder y naturaleza han sido ilustrados por muchos santos y profetas en los tiempos antiguos, pero lamentablemente los maestros modernos de la oración han perdido su inspiración y su vida. Religiosamente muertos, los maestros y líderes espirituales han olvidado lo que significa orar. Hacen mucha oración ostentosa y protocolar en público, pero no saben orar de verdad. Para ellos la oración es casi una práctica perdida. En la multiplicidad de recitar oraciones han perdido el arte de orar.

 

La historia de los discípulos durante la vida y ministerio terrenal de nuestro Señor no estuvo marcada por su mucha devoción. Ellos estaban encantados por sus palabras, entusiasmados con sus milagros y entretenidos y preocupados por las esperanzas que un interés egoísta levantaba en tomo a la Persona y la misión del Maestro.

 

El abandono de sus deberes más obligatorios era un rasgo notable en sus conductas. Tan evidentes y singulares eran sus formas de conducirse que en más de una ocasión fueron motivo de reprimendas y quejas entre ellos.

 

"Y los discípulos de Juan y los de los fariseos estaban ayunando; y vinieron y le dijeron: ¿Por qué ayunan los discípulos de Juan y los de los fariseos, pero tus discípulos no ayunan? Jesús les dijo: ¿Acaso pueden ayunar los invitados a la boda mientras está con ellos el novio? Durante todo el tiempo que tiene con ellos al novio, no pueden ayunar. Pero vendrán días cuando el novio les será quitado, y entonces ayunarán en aquel día" (Mr. 2:18-20).

 

En el ejemplo y las enseñanzas del Señor Jesucristo, la oración asume su relación normal con la persona del Padre y el Hijo. El Señor Jesucristo fue esencialmente el maestro de las oraciones por precepto y ejemplo. En la Escritura tenemos muestras de sus oraciones, las cuales, como indicios, nos dicen cuán llena de devoción estaba su vida... "En los días de su carne -dice la Escritura-... habiendo ofrecido ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su piedad" (He. 5:7).

 

Sin embargo, lo más significativo y que nunca debemos olvidar es que Dios puso las fuerzas expansivas de la causa de Cristo en manos de la oración: "Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la Tierra" (Sal. 2:8).

 

Ésta fue la frase que dio cuerpo a la proclamación real y a la condición universal cuando el Hijo de Dios fue entronado como el Mediador del mundo y cuando fue enviado en su misión de recibir gracia y poder. ¡Qué sentido más amplio da nuestro Señor a la oración! No tiene limitaciones ni en extensión ni en calificaciones.

 

Las promesas a la oración son como Dios en su magnificencia, amplias y universales. Y en su naturaleza, estas promesas tienen íntima relación con Dios, en su inspiración, creación y resultados. ¿Quién sino Dios podría decir "Y todo lo que pidáis en oración, creyendo, lo recibiréis"? (Mt. 21:22).

 

¿Quién puede ordenar y dirigir a todas las cosas, sino Dios? Ni el hombre, ni las circunstancias, ni la ley de los resultados tienen en sí mismas fuerzas tan poderosas que puedan dirigir y mover todas las cosas ...

 

El Señor Jesucristo enseñó también acerca de la importancia de la oración urgiendo a sus discípulos a orar. Cantidad de ejemplos, parábolas e incidentes fueron utilizados por Cristo para reforzar en sus discípulos la necesidad e importancia de la oración. La parábola del fariseo y el publicano, por ejemplo, enfatiza la humildad en la oración, declara sus maravillosos resultados y muestra la vanidad e inutilidad de la oración incorrecta y falsa.

 

Sus enseñanzas sobre la naturaleza y necesidad de la oración, como están registradas en su vida, son algo que hoy también todo creyente debería estudiar cuidadosamente y atesorar con celo en su corazón. Sí, la relación de la oración con la obra y gobierno de Dios en este mundo está plenamente ilustrada por el Señor Jesucristo, tanto en sus enseñanzas como en su práctica.

 

Él ocupa un lugar prominente en toda la historia del universo. Está sentado en el trono. La corona de oro es suya y las vestiduras blancas lo envuelven en una belleza y resplandor sin igual. En el ministerio de la oración, Él es justo el ejemplo como el Maestro divino. ¡Qué enfática es la enseñanza de Nuestro Señor cuando afirma que los hombres deberían «orar siempre y no desmayar»!

 

¡Qué ilustrativa resulta además la parábola de la viuda y el juez injusto! Orar es una necesidad. Además, Dios demanda valor y perseverancia para que los suyos nunca desmayen en la oración: "¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a Él día y noche?" (Lc, 18:7).

 

Ésta es una fuerte pregunta y afirmación a la vez. Los hombres deben orar de acuerdo a las enseñanzas de Cristo. No deben cansarse ni debilitarse en la oración. El carácter de Dios nos da la seguridad de que la respuesta vendrá como consecuencia de la oración persistente de aquellos hombres sinceros. Sin duda, la oración de nuestro Señor tuvo mucho que ver con la revelación hecha a Pedro y la confesión que aquel le hizo: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente" Jn. 6:69). Y es que la oración afecta poderosamente, e incluso moldea, el círculo de aquellos que nos rodean.

 

Cristo formó y mantuvo a sus discípulos por medio de la oración. Los doce estaban sumamente impresionados por su vida de oración, pues nadie hasta entonces había orado así. ¡Qué diferente era su oración de las oraciones frías, orgullosas y llenas de hipocresía que ellos estaban acostumbrados a oír por las calles, en las sinagogas o en el

Templo! y sus milagros no son sino también parábolas de la oración. En casi todos ellos, figura la oración, o bien se ilustran algunos rasgos de ella. Así, por ejemplo, la mujer siro fenicia es una ilustración prominente de la habilidad y el éxito de la oración importuna.

 

El caso del ciego Bartimeo tiene puntos de sugestión similares a lo largo de su relato. El caso de Jairo y el centurión ilustra importantes fases de la oración... Hay aún otro aspecto que destaca repetidamente del Maestro, y es la necesidad de orar juntos con los hermanos, como Iglesia:

 

"Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la Tierra acerca de cualquier cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los Cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi Nombre, allí estoy Yo en medio de ellos" (Mt. 18: 19 y 20). El Señor Jesucristo se refiere a dos que se ponen de acuerdo, y cuyos corazones han sido puestos en perfecta armonía por el Espíritu Santo. Cualquier cosa que pidieren, les será hecha. Cristo había estado hablando acerca de la disciplina en la Iglesia, de cómo las cosas deberían ser mantenidas en unidad y de cómo la unión y la comunión entre los hermanos habría de ser mantenida mediante la restauración del ofensor o bien por medio de su exclusión.

 

Aquellos miembros que han sido fieles a la hermandad de Cristo y que han luchado por su unidad serán los que podrán convenirse con otros en oración unida. Asimismo, en-el sermón del monte, Cristo nos presenta principios constitucionales. Allí desaparecen los tipos y las sombras para dar lugar a la ley de la vida espiritual. En esta ley fundamental la oración adquiere una posición prominente: es el más destacado de todos los deberes.

 

Sí, Cristo pone la oración como una ley espiritual y la necesidad de este santo ejercicio no se basa únicamente en las demandas, incapacidad o impotencia del hombre: es una violación abierta a la ley espiritual; lo cual sólo trae desorden y ruina. Pero, ¡ojo! Él envía a los hombres a orar en secreto.

 

La oración ha de ser un ejercicio santo, sin vanidad ni orgullo. Debe hacerse en secreto. El orgullo y la publicidad no deben tener nada que ver con la oración, sino que ésta ha de ser privada: "Pero tú, cuando ores, entra en tu aposento, y a puerta cerrada, ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre que ve en lo secreto, te lo recompensará en público" (Mt.6:6).

 

Y es que este santo ejercicio en la vida del creyente no sirve sólo para enriquecer y adornar; muy al contrario y lo más importante, es el material a partir del cual se construye el carácter cristiano. Esto es, la oración es la base del carácter y el vivir cristiano: "Bienaventurados los pobres en espíritu" (Mt. 5:3). Porque aquel que es pobre necesita pedir para recibir, y sólo los que se consideran pobres en espíritu pueden orar para recibir las riquezas del Padre.

 

Así, la verdadera oración elimina toda autosuficiencia y todo orgullo. Cristo, pues, quita los escombros de las tradiciones judías y da estas enseñanzas: "Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que mate será reo de juicio. Pero Yo os digo que cualquiera que se enoje con su hermano será reo de juicio; y cualquiera que diga a su hermano imbécil será responsable ante el Sanedrín; y cualquiera que le diga insensato será reo del fuego del infierno. Por tanto, si estás presentando tu ofrenda sobre el altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda" (Mt. 5:21-24).

 

Aquel que intenta orar a Dios con un espíritu de orgullo, con labios irreverentes o con un corazón lleno de rencor está perdiendo su tiempo, violando la ley de la oración y añadiendo pecado sobre pecado. ¡Cuán rígida y exacta es la ley de Cristo en cuanto a la oración! Se dirige directamente al corazón, el cual debe estar desbordándose de amor.

 

El sacrificio de la oración debe ser sazonado y perfumado con amor, pues el Creador e Inspirador de la ley de la oración es Amor, Lucas nos dice que estando el Señor Jesús orando en cierto lugar, al terminar, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar". Este discípulo había oído al Señor predicar, pero sin embargo, no le dijo: "Señor, enséñanos a predicar". Él podía aprender a predicar estudiando los métodos del Maestro. Pero había algo acerca de la oración del Señor Jesús que hacía que aquel discípulo se diera cuenta de su incapacidad al respecto y de que no podía aprender solamente por escuchar orar al Maestro.

 

Hay algo profundo acerca de la oración que no puede hallarse superficialmente. Para aprenderlo es necesario ir hasta las profundidades del alma y escalar las alturas de Dios.

 

A. C. DIXON dijo: No olvidemos que la oración fue una de las grandes verdades que el Señor enseñó e ilustró; una lección grandiosa y muy difícil de aprender para los hombres, pues los tales son por naturaleza adversos a aprender a orar. Ésta es una lección que nadie sino Dios mismo puede enseñar. Consiste en una sublime vocación celestial. ..

 

Los discípulos no eran alumnos demasiado brillantes pero se interesaron en la oración después de haber oído al Señor orar y hablar sobre la oración. Y Cristo buscó imprimir en ellos no sólo la profunda necesidad de orar en general, sino la importancia de la oración en sus vidas en cuanto a sus necesidades personales y espirituales. Vinieron momentos cuando ellos sintieron la necesidad de un estudio más profundo y detallado para evitar que su abandono a este respecto se agravara cada vez más.

 

Una de estas horas de profunda convicción fue cuando el Señor estaba orando en cierto lugar, y al verle le dijeron: "Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos" (Le, 11:1). Al sentir orar al Maestro, los discípulos se daban cuenta de su propia ignorancia y deficiencia en la oración. ¿Quién no ha deseado tener un maestro en este arte divino?

 

La convicción que estos doce hombres tenían en cuanto a sus propias deficiencias en la oración surgió, pues, al oír orar a su Maestro, quien oraba con sencillez y poder a la vez. Esas oraciones habían estimulado el interés de estos hombres y al mismo tiempo hacían más evidentes sus defectos y deficiencias. Al enseñar a sus discípulos, el Señor nos enseñó a todos nosotros. Pero nosotros, al igual que ellos, somos tan lentos para oír, y tan tardos para reaccionar que necesitarnos varias reiteraciones y repeticiones sobre la misma enseñanza.

 

Este divino Maestro de la oración enfatiza clara y poderosamente que Dios responde a nuestras oraciones en forma segura y cierta, y que es deber del hijo pedir al Padre, el cual dará con toda generosidad lo que éste le solicita. En las enseñanzas de Cristo, la oración no es un rito o fórmula estéril, sino una petición que demanda una respuesta y busca lo mejor que tiene Dios para damos. Es una lección en cuanto a conseguir aquello que pedirnos o a entrar por aquella puerta a la cual llamarnos.

 

Un notable ejemplo lo constituye el momento en que el Señor baja del monte dela transfiguración. Allí, Él encuentra a sus discípulos derrotados, humillados y confundidos en la presencia de sus enemigos... Un padre había traído a su hijo poseído con un demonio para que sus discípulos lo echaran fuera. Y ellos trataron de hacerlo pero no pudieron, a pesar de haber sido comisionados por el Señor para tal tarea...

 

"Cuando Él entró en casa, sus discípulos le preguntaron aparte: ¿Pór qué nosotros no pudimos echarle fuera? Y les dijo: Este género con nada puede salir, sino con oración y ayuno" (Mr. 9:28 y 29).

 

La fe de ellos no había sido cultivada por medio de la oración. Antes de fracasar en obrar aquel milagro ya habían fracasado en la oración, pues éste era el requisito indispensable para realizar la obra de Dios. Y es que el trabajo que Dios nos encomienda no puede llevarse a cabo sin oración...

 

En las enseñanzas de Cristo tenernos otra importante declaración: "Tened fe en Dios. Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar; y no dudare en su corazón, sino que creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho. Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá" (Mr. 11:22-24).

 

En este pasaje tenemos unidas las posibilidades de la fe y la oración. La higuera había sido maldecida desde las raíces por la Palabra del Señor. La rapidez y el poder de los resultados sorprendieron a los discípulos. El Señor les respondió que si realmente tuviesen fe, sus posibilidades no estarían confinadas sólo a un árbol, sino a las gigantescas montañas, las cuales podrían ser movidas hacia el mar. Sí, la oración es lo que libera al gran poder de la fe.

 

Recordemos también la ocasión cuando el corazón del Señor fue profundamente movido con compasión al ver a las multitudes que no tenían pastor. Fue entonces cuando ordenó a sus discípulos que oraran para que "el Señor de la mies enviara a sus obreros" (Mt. 9:38), enseñándoles claramente que era incumbencia de Dios llamar a quien Él quisiera al ministerio y que, en respuesta a la oración, el Espíritu Santo realizaría esta bendita obra.

 

La oración es ahora tan necesaria como lo era entonces para asegurar que los obreros vayan a la mies. ¿Podrá afirmarse que la Iglesia de Dios ha aprendido esta lección tan vital e importante? Sólo Dios puede escoger los obreros y enviarlos; y en esta elección, Él no delega su poder ni autoridad a una iglesia, una asociación o a una conferencia. Los campos están blancos, pero sin obreros, porque los creyentes hemos fallado en la oración. Los campos están sin trabajar porque la oración no ha operado juntamente con Dios.

 

En las elevadas enseñanzas de nuestro Señor tenemos la promesa a la oración y la actitud del creyente puestas frente a frente: "Si permanecéis en Mí, y mis Palabras permanecen en vosotros; pedid todo lo que queráis, que os será hecho" Juan.15:7).

 

He aquí el requisito de una firme actitud de vida como condición para la oración eficaz. No se trata simplemente de una actitud hacia algunos grandes principios o propósitos, sino de una unidad de vida con el Señor Jesucristo. Vivir, permanecer y ser uno con Él, permitiendo que toda su vida fluya a través de nosotros, es precisamente la actitud que encierra en sí la oración y la capacidad  de estar en unidad.

 

Bendiciones de lo alto

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Comentarios: 1
  • #1

    DANIEL (viernes, 09 febrero 2024 21:03)

    hermosa enseñanza, que papa' Dios lo bendiga, me gozo mucho al leer.

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